
Nicolás Mejía H
El 2020 ha sido un año de múltiples cambios. A pesar del parón internacional que obligó la pandemia del covid-19, el desarrollo tecnológico y digital no ha dado cuartel. Las redes 5G – últimamente en boca de todos -, han llegado para quedarse. Pero más allá de suponer un enorme salto tecnológico y de conectividad que revolucionará al mundo tal y como lo conocemos, puede ser la clave de la reconfiguración de la política y de cómo se relacionan los actores del sistema internacional.
La red 1G, fue aquella que permitía la conectividad de los teléfonos móviles, y sólo servía para hablar. La tecnología 2G introdujo los SMS, convirtiendo estos teléfonos móviles en verdaderas herramientas de comunicación: “smartphones”. La conexión a internet móvil llego con la red 3G, y justo cuando la sociedad terminaba de procesar la experiencia de la conectividad móvil, las redes 4G dieron un golpe a la cultura digital y el entretenimiento: la banda ancha y la reproducción de videos en tiempo real (streaming), así como la realidad aumentada.
La red 5G es la red móvil de quinta generación de la velocidad y de la interconectividad de dispositivos. Esta red permitirá una navegación de hasta 10GBps (gigabytes por segundo), 10 veces más rápido que las principales propuestas de fibra óptica del mercado. En otras palabras, la posibilidad de descargar una película 3D en 30 segundos, lo que en la red 4G a su máxima capacidad, tomaría aproximadamente 6 minutos. El tema de la latencia (tiempo de respuesta de la red), es llamativo también. Según los expertos, podría reducirse a 5 milisegundos, lo que permitirá una conexión en tiempo real.

Sin embargo, el hito es la interconectividad de dispositivos. Al ir mucho más allá de los smartphones, la esencia de la red 5G radica en la interconexión de cualquier dispositivo electrónico, tales como carros, sensores, robots, termostatos, y nuevas tecnologías que se encuentran en desarrollo. Lo anterior marca un antes y un después en los dos paradigmas clásicos de la tecnología de conectividad: el potencial desarrollo de nuevas tecnologías a partir de la conexión en tiempo real de cualquier artefacto eléctrico (por ejemplo, la autonomía en conducción de los carros y su mando a distancia son ahora reales), y la conectividad permanente; estaremos ahora mucho más conectados, todos, con todo, todo el día y en tiempo real. La mera idea de una ciudad interconectada, en donde la interacción entre el mobiliario público, los medios de transporte, los smartphones y las personas, y que la construcción de esta red se nutre de los datos que recopila en tiempo real, lejos de ser una ficción, está a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, para llegar a este ideal, la tecnología 5G necesita viajar en ondas de radio de muy alta frecuencia. Las frecuencias elevadas suelen tener velocidades más rápidas y más ancho de banda (espectro de conectividad), pero son débiles a largas distancias y presentan problemas a la hora de atravesar paredes, ventanas o materiales pesados.
Lo anterior implica que las compañías inalámbricas – en países como China son los fabricantes como Huawei y ZTW, y en países como EE. UU. los operadores como T-Mobile o Sprint- tengan que instalar decenas de miles de torres miniatura en cada techo, poste, edificio y potencialmente, dentro de cada hogar. Y es precisamente aquí, en donde el factor geopolítico entra en escena.

El gigante chino Huawei es un actor clave en el desarrollo de la tecnología 5G, lo que a su vez se traduce en liderazgo tecnológico por parte de China en el plano internacional. Actualmente Huawei es la empresa que a nivel global lidera el desarrollo de la infraestructura de redes 5G, como de la instalación de torres y antenas. Y son tres los motivos por los que el fabricante chino es clave: el primero; es pionero en este campo. Las inversiones en desarrollo e investigación son rastreables desde una década atrás, incluso antes de la estandarización de las redes.
El segundo motivo, radica en la infraestructura para escalar esta tecnología a nivel global; pues está en la capacidad de desarrollar todos los elementos necesarios para su implementación, así como la logística y apoyo del gobierno chino para tales efectos. Y el tercer motivo, porque éste modelo de negocio le permite ofrecer su tecnología a precios más competitivos que otros desarrolladores, cooptando los contratos con los operadores y las autoridades gubernamentales.
Ahora bien, en un modelo de estado como el de China, en donde irremediablemente la inversión estatal y el apoyo a la infraestructura empresarial de una compañía como Huawei es obvia, es normal que un sistema internacional que vive en permanente incertidumbre, distintos actores cuestionen este liderazgo político-tecnológico.
De hecho, fue en 2011, cuando el gobierno de EE. UU., acusó al fabricante chino de ser un peligro para la seguridad nacional. El gobierno norteamericano ha acusado a la marca de ser un instrumento de espionaje a favor del régimen, aunque hasta la fecha no haya evidencias concretas al respecto.
Consecuentemente a estas afirmaciones, la administración Trump, y en concordancia con su slogan de gobierno – Make america great again (y sobre todo en el plano del comercio internacional) – ha endurecido este discurso, a tal punto de recomendar a sus aliados comerciales y regionales, abstenerse de permitir a la compañía china el avance de sus planes de instalación de la infraestructura de las redes 5G, recomendación que ya empezó a calar.

En julio de este año, el gobierno británico anunció algunas medidas para eliminar a Huawei de las redes móviles 5G, y cualquier proceso de infraestructura que hayan estado adelantando. Algunas medidas responden no solo al veto de comprar de equipos del fabricante chino, sino de la desinstalación de toda la infraestructura montada, desmonte que debe haber finalizado para 2027. Sumado a esto, Suecia anunció recientemente que las autoridades militares y de inteligencia, luego de un minucioso análisis, recomendó el veto de la marca china, a tal punto que el gobierno de ese país ha confirmado esta medida. Las razones, las mismas: “es un tema de seguridad nacional”.
De esta manera, el control y la hegemonía por las redes de comunicaciones y transmisión de datos a nivel global, escala hacia un nivel político. A pesar de que el discurso norteamericano esconde una fuerte guerra comercial con China, la verdadera reflexión debe darse sobre los siguientes ejes:
1.La gran cantidad de información que se puede recopilar mediante el uso de las redes 5G, que ahora trasciende mucho más de los teléfonos móviles, pues al fomentar la interconectividad de una infinidad de dispositivos , puede prácticamente poner en peligro a una persona, o a un país – un ejemplo es el control total de una vivienda en tiempo real y remotamente, lo que además supone un tema de privacidad también – , 2. El uso que se le puede dar a esa información, medido en términos de uso militar, de inteligencia, de espionaje – de nuevo, el tema de la privacidad -, y 3. el interés por algunos actores, ya sean privados o públicos, por la obtención de esa información, y más aún; qué medios están dispuestos a usar estos actores con el fin de obtener esta información.
Son estos tres ejes los que verdaderamente se configuran como intereses actuales de los estados en el sistema internacional, y no pasará mucho tiempo cuando se ubiquen en las prioridades de las agendas en materia de política exterior, si es que ya no lo son. Para Kenneth Waltz, (Teoría de la Política Internacional, 1979), el sistema – anárquico por defecto – se configura mediante las relaciones de los actores del sistema, mediadas por sus propios intereses. Es posible explicar las divergencias del sistema a partir de los nuevos procesos que trascienden las lógicas que se atribuyen a la política tradicional, como lo son el control territorial, monopolio del uso de la fuerza y legitimidad institucional. Ahora la información a partir de datos recolectados en el espectro digital, la economía digital y los nuevos procesos comerciales, marcan la pauta en la reconfiguración del sistema internacional.