VIDA NUEVA
Evangelio: Lucas 21, 5-18: «Con su perseverancia salvarán sus almas»
Como llevados de la mano por la sagrada Liturgia, recorremos a lo largo del año, los misterios salvadores del Señor Jesús. No se trata del mero recuerdo de algunos acontecimientos ya idos en el tiempo. La Liturgia nos los hace celebrar como presentes en nuestro tiempo “para que, como dice el concilio Vaticano II, los fieles puedan ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación”. Hemos celebrado la vida de Jesús desde su Nacimiento hasta su Ascensión, pasando por su muerte y su Resurrección.
Nos anunció su regreso, y la Iglesia está siempre en esa espera. Cercana o lejana no importa. Lo seguro para nosotros es nuestro encuentro final con el Señor, a quien no hemos visto pero en quien creemos y a quien amamos. La Biblia es un el libro que encierra la Revelación Divina, y termina con la puerta abierta hacia el futuro con un gran clamor: «Vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús». (Apocalipsis)
Estamos en el penúltimo Domingo del tiempo ordinario. Dos semanas más, y de nuevo empezaremos el Adviento y un nuevo ciclo de lecturas. Como en el Domingo anterior, también en éste domina el tono escatológico (es decir, la referencia al final de los tiempos)..
La Iglesia que peregrina hacia la Pascua:
Una Iglesia que no pone la confianza en el templo de Jerusalén, porque está centrada en la fe en Jesucristo, salvador de todos los hombres. Pero que sabe que su historia ha comenzado en Jerusalén, cerca del Templo, donde Jesucristo entró (presentación de Jesús, cántico de Simeón) para purificarlo, y para anunciar que aquello que el Templo significaba ya es realidad en su persona, de tal modo que donde El está, allí se encuentra el verdadero templo de Dios (cfr. conversión de Zaqueo). – Una Iglesia situada en la historia de los hombres, compartiendo con ellos las alegrías y las esperanzas, las angustias y los problemas, pero capaz de leer, guiada por el Espíritu de Jesús, los «signos de los tiempos» a la luz del Evangelio.-Una Iglesia no catastrofista ni ilusa, capaz de ver más allá de las cosas que suceden -aunque sean terribles- porque tiene en sí misma el Don del Espíritu que la fortalece y es para ella fuente de esperanza, a pesar de todo. Una Iglesia que alimenta todo esto en la plegaria. Una Iglesia que tiene que luchar constantemente en el ejercicio de su misión, pero que no desfallece. Una Iglesia que recuerda las repetidas exhortaciones del Señor: la cruz de cada día, la puerta estrecha, el último puesto, el seguimiento de Jesús sin ninguna seguridad humana… Una Iglesia enviada al mundo para anunciar la paz del Reino de Dios y conducir a todos los pueblos hacia la nueva Jerusalén; pero, al mismo tiempo, “signo de contradicción”. – Vivimos hoy esa historia en medio a veces de oscuridades y zozobras. No faltan voces que nos dicen que todo va a terminar pronto. Se atreven incluso algunos a fijar fecha y hora. No prestemos atención a esas voces. El compromiso cristiano que nos toca hoy es el de construir el mundo que nos fue entregado para el servicio del hombre. Lo hacemos a través de nuestros compromisos de trabajo, de solidaridad, de construcción de la paz como el bienestar que Dios ha querido para todos. – Hoy debemos subrayar con fuerza el carácter escatológico de la Iglesia, siguiendo el magnífico desarrollo del n. 48 de la Constitución conciliar sobre la Iglesia, la «Lumen Gentium»: – «La Iglesia, a la que todos hemos sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, conseguimos la santidad, no será llevada a su plena perfección, sino cuando llegue al tiempo de la restauración de todas las cosas… Y hasta que lleguen los cielos nuevos y la nueva tierra, en los que tendrá su morada la justicia, la Iglesia peregrinante -en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo- lleva consigo la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas, que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios»
Relación con la Eucaristía: La reunión eucarística es un preludio de la asamblea final en la Jerusalén Celestial: hay amor fraternal en Cristo que nos hace hijos de Dios y por tanto herederos de la plenitud. La celebración de la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida de la Iglesia.