
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011
En países como Colombia los que no votan, que aquí son siempre, o casi, la mayoría, son los que permiten que una pequeña minoría elija, y con frecuencia esta escoge al “menos malo” el que a veces resulta peor que el malo a secas. ¿Pero cómo convencerlos de que voten? Para principiar hay que considerar que esa mayoría no es homogénea pues va desde los que simplemente les da pereza votar hasta los que creen (mal) que para qué votar si todo sigue igual. Cómo hacer
para que piensen (bien) y sean responsables y en ese caso voten en blanco en lugar de sumarse a los perezosos con los que conforman esa vergonzosa mayoría de los que solo se quejan.
Sí la mayoría votara en blanco no se solucionan todos los problemas de inmediato pero si se abrirían las posibilidades para que se planteen, no nuevos candidatos, pero si nuevas propuestas y no simples promesas, y sobre todo sería demostrar que votar si vale la pena. Como lo dijo Karl Popper, y ya se ha reptido, la democracia no sirve para elegir buenos gobernantes sino para quitar sin violencia a los insoportablemente malos, impidiendo que sean reelegidos, pero esto sólo se podrá lograr si ellos tienen que ser elegidos por la mayoría y no por una minoría comprando sus votos y ofreciendole puestos y contratos a dedo.
Por otro lado ya advirtió Friedrich Nietzsche que la democracia debe ser entre iguales, y si bien las diferencias económicas, sociales y políticas en el país son grandes, lo que unifica a la mayoría de los ciudadanos de sus muy mal y muy rápidamente pobladas ciudades, como es el caso de Cali, es su supina ignorancia de lo urbano; no de lo urbanístico que desde luego también es importante, sino de lo propiamente citadino, ya que la cultura urbana es algo nuevo en el país, y hay que comprenderla como saber convivir y disfrutar la vida urbana, para que esta sea segura, funcional, agradable, significativa y sostenible, aquí y ahora.
Y lo primero para que sea posible la vida urbana y poder disfrutarla a fondo es que haya una buena ciudad física, es decir que el artefacto urbano del que se viene hablando en esta columna desde su inicio (Una buena ciudad 09/05/2011) sea mucho mejor. Columna dedicada a la ciudad porque justamente es lo que deberían hacer los que insisten en pensar mal que para que votar bien. No valoran lo mejor de su olvidado pasado campesino ni disfrutan las posibilidades de su
presente urbano, precisamente en esta ciudad que podría ser envidiable, ni consideran responsablemente el futuro de sus hijos aquçi o en cualquier otra parte.
No entienden que la sobrepoblación y el consumismo son causantes del cambio climático que amenaza a todos, a tiempo que siguen ignorando que tienen un envidiable clima tropical y que no hay que por que copiar los vestidos y viviendas de los países con estaciones, y al tiempo disfrutar de paisaje envidiable que rodea a Cali en lugar de seguir destruyéndolo copiando ridículamente los nuevos rascacielos de Nueva York, como si no estuviera rodeada de altos montes y al lado de una enorme cordillera. Si la mayoría votara sin duda las cosas comenzarían a cambiar; de ahí la gran importancia de una minoría que insiste en abrirles los ojos.