

Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011
Pertinentes las columnas de David Yanovich y Gonzalo Hernández en El Espectador, 25/03/2029, y la de Emilio Sardi, “Equilibrio”, en El País, 24/03/2029, que llevan a preguntarse si de nuevo será peor el remedio que la enfermedad, como él lo advierte, considerando que en unas semanas no se habrán encontrado los medicamentos ni la vacuna para el Covid-19, y así evitar el todo o nada que tanto nos ha costado.
En Japón sin confinarse totalmente está controlado; México, con el doble de habitantes que Colombia, tiene menos muertos; EE. UU. muchísimos más en un solo día; y en Brasil el contagio aumentó. Lo que sí es claro es que el contagio se produce cuando una persona infectada tose o estornuda y expulsa partículas que entran en contacto con otras personas cercanas, y por eso el problema radica es en las concentraciones urbanas y proporcionalmente a las mismas, y en que los viajeros lo transportan entre ellas.

Por otro lado aquí poco se ha informado de las muertes ocasionadas por otras enfermedades ni cual es comparativamente la tasa de mortalidad; ni tampoco cómo ha cambiando la seguridad en las calles y viviendas. Antes los periódicos reseñaban casi todas las muertes que podían pero ahora sólo informan de los nuevos casos debidos al nuevo virus en todo el mundo pero sin mayor análisis de lo que significan.
Y lo de los motines y muertes en las cárceles y las aglomeraciones el martes pasado en Cali, es un aviso sobre lo que podría pasar si los que trabajan a diario, formalmente o no, no lo pueden hacer y se les acaban los ahorros si es que los tienen, y hasta cuando los muchos que viven de la ayuda de los que circulan por las calles no podrán contar con ella, y cuándo y cómo llegará la del Estado ya prometida pero nada.
Es urgente disponer de información más completa, pertinente y equilibrada, que explique la diferencias de lo que está ocurriendo entre diferentes países, y dentro de ellos entre diferentes ciudades, como las hay entre Alemania e Italia y España, o entre Madrid o Barcelona; o en una misma ciudad entre sus distintos sectores. Lo que mucho ayudaría a entender mejor sus propios problemas y soluciones particulares.
Una sindéresis urbana, es decir, la capacidad natural de los ciudadanos (los que pueden votar) para juzgar con acierto la ciudad y todos sus habitantes, que permita a sus autoridades no recurrir a medidas extremistas, “todos en la cama o todos en el suelo” que resultan agravando lo que intentan arreglar con medidas más drásticas pero sin contar con suficiente autoridad para hacerlas cumplir a cabalidad.

Lo que urge son medidas equilibradas como la de Jamundí, si es cierta: “pico y cedula” para mercar, ir al banco y similares, que podría reducir considerablemente la gente en las calles; y permisos para los que tengan que trabajar todos los días y no lo puedan hacer en su casa, como los ya autorizados para las actividades agropecuarias entre otras, pero sin disparar las excepciones, a las que aquí somos tan dados.
En las construcciones y talleres los trabajadores podrían estar separados y con horarios diferentes. Y en la calles bastaría con menos peatones y que guarden distancias y no toquen nada, y en los parques estarían con sus perros al aire libre y muy separados entre ellos. Y en los restaurantes, que además de los domicilios ¿por qué no que atiendan comensales en la mitad de sus mesas para mantenerlos suficientemente separados?