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Verde, bello valle

Verde, bello valle

Benjamin Barney Caldas, 24 June, 2017

 


Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.


Pese al maltrato continuo de las cuencas de sus ríos y su torpe canalización, la tala de bosques, guaduales y humedales, las quemas, las canteras, el monocultivo de la caña, las líneas y torres de energía, y muchas de sus carreteras convertidas en calles largas de feas casas o “cercadas” con setos vivos y con vallas que tapan la vista, los paisajes del valle del río Cauca y sus dos altas cordilleras aún son espectaculares además de variados. Pero no se miran o no se ve su creciente deterioro. Son unos 300 kilómetros entre Santander de Quilichao, al sur y La Virginia al norte, más de 500.000 hectáreas en su parte plana, un ancho de unos 40 kilómetros en la parte sur y unos 20 en la norte, y unas 250.000 hectáreas en sus pie de montes.

Lo de los ríos sí que es lamentable; se deforesta sus nacimientos y cuencas alterando la belleza de las cordilleras, y ocasionando crecientes e inundaciones más dañinas y frecuentes. Además el río Cauca perdió sus humedales y en parte se ha “canalizado” poniendo en grave peligro a Cali, y las canteras son toda una torpeza en la que la codicia como si fuera una roca no admite la belleza. Y en la planicie, la tala total de muchos de sus bosque y guaduales, y las grandes quemas de pastos y arbustos, son lastimosas y alteran no sólo el paisaje sino la biodiversidad de la región poniendo en peligro sus muchas posibilidades turísticas “verdes” y desde luego su ecología.

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La feura del monocultivo de la caña, como también el de otras plantas, es por supuesto evitable si estuvieran en manos de agrónomos asesorados por paisajistas, lo que permitiría no apenas disminuir su impacto negativo en el paisaje sino convertir los cultivos en algo positivo estéticamente y no apenas económicamente. Igual sucede con las torres y redes eléctricas aéreas en cuyo trazado habría que considerar, sencillamente, cómo disminuir su impacto en el paisaje cuando esto sea viable, pero es que en eso nunca se piensa: en Cali fue un símbolo de “modernidad” poner una subestación eléctrica inmediatamente detrás de la capilla de San Antonio.

Finalmente, modificar los altos y cerrados setos vivos repetidos sin imaginación a lo largo de las carreteras sería lo más fácil, comenzando por mantenerlos bajos en ciertos tramos y con variedades diferentes, e incluso en muchos casos se podría regresar a las simples zanjas que se usaron hace años en las suertes de caña. Y prohibir del todo las vallas en las carreteras, muchas de ellas con propaganda engañosa, como esa que repite “viva en medio de la naturaleza”. Sin embargo en esto tampoco se piensa y por lo demás en muchas vías regionales es más prudente concentrarse en el asfalto, incluso los pasajeros, y no tratar de ver mejor el paisaje ni mucho menos las vallas.

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Pero por supuesto lo inquietante de todo esto es por qué la conservación y usufructo estético del paisaje no es aquí algo importante, como si fuera suficiente con leer sus bellas descripciones en María y En el país de los dioses, en donde Jorge Isaacs cuenta que las plantas exhalan sus más suaves y misteriosos aromas y en el fondo del valle arden en la sombra negra y húmeda luciérnagas fantásticas, y Cornelio Hispano habla de sus dorados pero injustamente cortos atardeceres con sus cordilleras azules, cuyas altísimas crestas se iluminan por las noches con los fulgores de las tormentas del Pacífico. Paisaje viene del francés paysage, derivado de pays, que significa ‘país’, pero el caso es que este, aquí, ya es otro.

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