P. Héctor De los Ríos L.
Vida nueva
Domingo XXXIII del tiempo ordinario
Al venir a la iglesia para la celebración eucarística este domingo, no podemos dejar a la puerta las preocupaciones o las ilusiones de cada día. Forman nuestra vida y las queremos presentar al Señor para iluminarlas con la vida y gracia que Dios-Padre nos ofrece.
La liturgia de hoy nos reúne alrededor del altar con la idea de un mundo nuevo. Un mundo nuevo, una sociedad nueva, un hombre nuevo es algo que de alguna manera esperamos todos.
Pero nuestras formas de esperar son bien diferentes. Y sin duda alguna en nuestra espera, hay mucho de temor, pesimismo, de frenazo, de traición al Evangelio.
La Palabra de Dios nos invita a ir más allá de nuestras humanas preocupaciones o esperanzas, pero no a desentendernos de ellas. En este Domingo que la Palabra de Dios nos habla del fin del mundo, no trata de aumentar en nosotros una nueva preocupación.
Se nos dice que Dios renovará el mundo actual cambiándolo por un mundo nuevo donde brillará la paz. Este mensaje nos trae esperanza y confianza.
El cristiano vive su fe en el mundo
Tenemos que vivir como cristianos nuestro paso por el mundo. Estamos urgidos desde dos puntos aparentemente opuestos: nuestra pertenencia al mundo, al tiempo, a lo pasajero;… y nuestra vocación a la trascendencia, a superar la barrera del tiempo y de la muerte.
Es el mensaje del Señor en su discurso final. Tenemos responsabilidad en el mundo que Dios nos ha dado para construirlo a través del trabajo, del desarrollo, del progreso que juzgamos ilimitado.
Tiene una razón de ser: el bienestar personal y el de todos los habitantes del mundo. Dios nos quiere como hijos suyos, dignos de esa condición, comprometidos con los hermanos.
Pero por otra parte sabemos que el mundo termina. Tiene un final no solo personal sino también cósmico.
El paso por el mundo y el tiempo es exigente, incluso doloroso en más de una ocasión. Pero la llamada al final es la consecución de un estado realizado y feliz. Estamos perpetuamente en esa tensión que suele llamarse: el «ya» pero «todavía no».
Desde ahora, por la fe, tenemos una experiencia auténtica de la vida de Dios en nosotros. Nuestra experiencia de Dios no ha llegado a la plenitud. Está todavía limitada y viaja a veces en la penumbra.
El Señor nos invita a pasar, como discípulos suyos, inclinados hacia la tierra en la que vivimos para desarrollarla con responsabilidad, … y a levantar la cabeza… y mirar hacia el infinito al que él nos llama y que por su bondad también nos pertenece El cristiano vive el drama que vive su mundo. No es un extraño en su propio mundo.
Cristo es su modelo en todo. Y Cristo no fue extraño al mundo. Vivió en el mundo y con los hombres. Y participó de su condición. Cristo fue co-partícipe de la pasión humana. De esta manera ofreció por los pecados un sacrificio para siempre.
Como consecuencia de ello vive hoy resucitado. De esta manera ofreció por los pecados un sacrificio para siempre. Como consecuencia de ello vive hoy resucitado.
Este mensaje de esperanza va junto con un mensaje de advertencia:
… debemos constantemente prepararnos, y estar siempre listos, para esta segunda venida del Señor. No debemos distraernos con superficialidades,… sino estar alertas como campesinos vigilando los frutos de sus árboles.
«Entonces verán llegar al Hijo del Hombre entre nubes con gran poder y gloria». El centro, núcleo del discurso del final de los tiempos (escatológico) en Marcos es el anuncio de la manifestación gloriosa del Hijo del hombre. Ha llegado la plenitud de los tiempos, el momento de cumplimiento de la Promesa divina de Salvación, cuando Dios va a recapitular todo en Jesucristo.