Por Andrés Felipe Rodríguez
Son las 6 de la tarde y estés donde estés, te empiezan a picar. Si estás en el trabajo, en la casa, la escuela o la universidad. La calle es la libertad que te apresa con todos sus misterios, realidades y sus cotidianidades.
Así son todas las 6 de la tarde en esta ciudad picante y desesperante. A esta hora la gallada se empieza a juntar en la esquina de la casa. Yo desde la ventana oteo a los parceros que caen de a uno en uno. Es la cita sagrada de todos los santos días en esa esquina en donde mi cucha me dice que no me haga y en la que no se habla de nada diferente al partido, las chicas, los carros, las motos, el billete, la marihuana, el trago, etc. También se habla de la situación del país, que no hay camello, pero que salió una vuelta, que hay un líchigo y que quién se le mide. En medio de la conversación se sale un ‘‘carbure, carbure y tape ahí que me pillan”.
Son las 6 de la tarde y como la casa pica más que las 6 de la tarde, me doy un borondo por el parche de la esquina, saludo, me canaleo un par de plones y cojo la primera vena que me lleve hasta el corazón de esta ciudad.
Saludo al vecino que me cae bien, mientras puteo por lo bajo a la vieja chismosa que sólo saluda levantando las manos y simulando agrado de verme. Esa cucha que se preocupa más por cómo ando, que por cambiarse las enaguas, rojas y pálidas, que muestra desde su antejardín.
Así voy saliendo del barrio, de saludo en saludo, de beso en beso, y a veces hasta parezco reina de belleza por la pasarela de mi cuadra, diciendo “nos pillamos más tarde que me voy a dar un roce”.
Ya después de las 6 de la tarde entro en intimidad con mi calle, porque la siento mía y yo me siento de ella, es mi parcera y testigo de todas mis noches, de mis locuras, de mis alegrías, de mis tristezas y juntos nos amangualamos para pasarla bien. A veces me presenta gente nueva, otras veces hace que me reencuentre con gente que hace mucho no veo y eso me gusta, porque la gente cuando me ve se emociona y eso me hace sentir importante. Me gusta cuando las hembritas que me encuentro se me tiran encima y me abrazan con cariño, me gusta cuando los manes que me encuentro me aprietan fuerte la mano y nos unimos en un abrazo acompañado de un par de palmadas en la espalda, me gusta el saludo verbal que comienza con un !Y vos qué marica! , pero más me gusta cuando el encuentro termina con un ¡ve pero enserio marica, no te perdás pues pa’ que nos tomemos algo, y automáticamente ese ‘‘nos tomemos algo” queda como un pacto agendado en la cabeza, que muy difícilmente se olvida y uno piensa: bueno ya tengo parche pal fincho.
Una hora después de las 6 de la tarde, toca parar en el parque a descansar un toque y ahí llega el momento crucial, en donde a vos te toca meterte la mano al dril y decidir qué es lo más importante, si lo del pasaje de regreso al rancho o la cerveza, si lo del pasaje o los puchos, si lo del pasaje o los halls, entonces no lo piensas mucho y te compras la cervecita y quedas sin un centavo. Pero como mi calle es tan bondadosa, siempre te acerca un amigo y haces una vaca con las pocas monedas que te quedan y te enfarrás la noche hasta coger la calle de ruana. Los parceros se manifiestan y dicen: “marica no te preocupés, que si no conseguimos pal taxi, te quedás en mi casa y mañana le decimos a mi cucha que te dé una luca pal buseto”.
Y al otro día llegas a las 6 a tu casa, pero de la mañana. ¿Cómo llegaste? Eso poco importa porque llegaste y tu cucha te recibe con cara de angustia y con miles de reproches y vos le respondés con miles de promesas, que sólo durarán 12 horas, porque las 6 de la tarde te pican y tú casa también.
Y si eso es de lunes a jueves imagínate un viernes o un sábado a las 6 de la tarde.
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