Comenzamos el año con la solemnidad de María, Madre de Dios. El Evangelio de esta solemnidad retoma el relato que ya fue proclamado en la Misa de Aurora de la Navidad y le agrega la noticia de la circuncisión del niño Jesús y la imposición de su nombre, Leamos Lucas 2,15-21:
Después de la anunciación, María lleva la buena nueva a la casa de Zacarías e Isabel. Ella puede constatar el cumplimiento de lo que el ángel del Señor le dijo. Su prima Isabel está en sexto mes.
Lo mismo sucede ahora en el relato de la Navidad: los pastores de la noche de Navidad no se guardan la buena nueva anunciada por el ángel. Ellos van a anunciar lo que les ha sido dicho y pueden constatar que lo que les ha sido anunciado se ha realizado.
En todo esto María tiene un lugar particular. Ella no dice nada, más bien escucha: retiene el sentido de los acontecimientos, los medita y los apropia. María aparece aquí como modelo del discípulo que escucha, se admira y maravilla, acoge en su corazón y medita la palabra que le llega bajo la forma de anuncio o de acontecimiento. Y qué acontecimientos. Es así como María llega a ser Madre de cuerpo y alma.
Si, como se desprende de la primera lectura, la bendición consiste radicalmente en la invocación del “Nombre”, entonces “Jesús” es el nombre que encierra y recapitula todas las bendiciones. No se podría concebir de mejor manera la bendición del año nuevo.
Héctor De los Ríos L.