Por Jimmy Arias
La reconocí de inmediato y en un tiempo breve y detenido.
— ¿Por qué parar justo en esta bomba? —pensé mientras llenaban el tanque.
Se subió sin decir nada.
— Buenos días —dije.
— Si le parecen buenos no sabe quién soy.
— Sí —dije apresurado—, lo sé, es mi forma de saludar.
Pagué el combustible y miré sus ojos. Sentí aguzar mi instinto.
— Le voy a explicar cómo funcionan las cosas —dijo—. Para empezar, quiero que lo acepte, sin llantos o ruegos. Al primero me iré y perderá la oportunidad.
— ¿De qué habla?
— Usted lo sabe —contestó—. Hoy es el día.
— ¿Hoy? No es posible, tengo cosas que hacer.
— Tuvo suficiente tiempo, se le acabó.
— Está bien —dije—. ¿A qué oportunidad se refiere?
— Es simple. Le concederé un tiempo, tendrá cuatro horas.
— ¿Cuatro horas? Pero no vivo aquí, estoy a ocho horas de mi casa.
— Cuatro horas —insistió señalando—y debe cumplir dos condiciones. Nadie puede saberlo y debe ser sutil en lo que haga.
— Espere, siempre quise un hijo. ¿Sería posible?
— No sea ridículo —interrumpió riendo—. Podrá llamar, saludar, dar un abrazo, pagar una deuda, actos sencillos sin implicación; la otra opción es que no acepte y continúe su viaje. Si quiere lo olvidamos. De cualquier manera hoy es el día.
No dio más opciones, respiré hondo y un denso aire llenó mis pulmones.
— ¿Qué debo hacer? —me oí decir.
— Recuerde dónde estaba a las cinco de la tarde.
“Le voy a explicar cómo funcionan las cosas —dijo—. Para empezar, quiero que lo acepte, sin llantos o ruegos. Al primero me iré y perderá la oportunidad”.
Me fue imposible recordar algo. Mi angustia no tenía memoria. Sentí una suerte de desmayo; después, un fuerte ruido abrió mis ojos. Delante de mí un semáforo en verde, atrás una fila de carros. Aceleré y reconocí la avenida San Juan; estaba a tres cuadras de mi hotel. Parqueé a un lado de la vía y me llevé las manos al rostro. Las imágenes acudieron ordenadas: mi primer día en el jardín de niños, las travesuras del bachillerato, el día que mi padre dijo haber conseguido el dinero para el curso de piloto. Mónica y la tarde que la conocí, mi primer vuelo solo en helicóptero, mis tres mil horas de vuelo y los dos días que no fueron míos, cuando nos dispararon mientras evacuábamos unos heridos y la vez que el motor se apagó en plena final; siempre lo supe, no moriría en una aeronave.
En el hotel fui directo al bar.
— Buenas tardes, capitán —saludó el mesero.
— Una botella de tequila, por favor, una hoja y un lapicero.
— Sí, señor.
Sabía mantener la calma en momentos difíciles y esta vez no fue diferente. Había ponderado mi situación y juzgué apropiado dejar una carta a mis padres; nunca les había escrito. También debía hablar con Mónica. Hacía menos de un mes, por un descuido, me descubrió y terminó con una relación de ocho años. El mesero trajo el tequila y sirvió una copa. Cada trago disminuía mi tristeza. No sé cuántos necesité para tomar la hoja y escribir:
«Medellín, noviembre 22 del 2005.
Hola, papá y mamá:
¿Cómo se encuentran los mejores padres del mundo? Imagino que han sacado provecho de sus vacaciones; me alegró mucho su viaje, más que merecido, después de todos los años de esfuerzo para sacarnos adelante a mí y a mi hermana. Ya nos reuniremos pronto.
Quiero contarles que días atrás, mientras buscaba unos papeles en la biblioteca de la casa, encontré un sobre con viejas fotografías. Eran del día que cumplí nueve años. No olvido la difícil situación de ese tiempo, papá sin empleo y mamá en los últimos meses del embarazo de Laura. Ya sabía que para ese cumpleaños no habría fiesta ni regalos.
Recuerdo cómo mamá, al verme tan triste, me llevó a la cocina y me enseñó a preparar el pastel de cumpleaños; tenía listos los ingredientes. Estuvimos ocupados toda la mañana. Cuando terminamos, invité a mis amigos a comer y les dije que yo mismo lo había hecho.
Después llegó papá con la noticia que había conseguido trabajo. Estaba tan feliz, que tomó una bolsa de harina y declaró una guerra que duró poco, pues mamá la detuvo haciendo un gran esfuerzo para no reírse, y diciendo que teníamos que dejar la casa tan limpia como estaba.
Fue un día perfecto y las fotos son testigo.
Sé que en la vida se viven momentos tristes, amargos y difíciles durante los cuales todo pierde sentido; pero se viven también momentos de felicidad que nos marcan el alma; a veces quisiera poder devolver el tiempo, ser un niño otra vez y vivir de nuevo esos recuerdos. Hoy les quiero dar gracias por todas esas alegrías. Como pueden notar estoy nostálgico y creo que la razón es Mónica; la he extrañado. Hoy decidí que voy buscarla de nuevo. Espero que me dé una nueva oportunidad.
En el trabajo todo ha ido bien; hoy terminé mi asignación de vuelo y a excepción de dos días de mal tiempo en los que no pude volar, todo trascurrió en completa normalidad. Mañana empiezan mis días de descanso y en la tarde viajaré a casa, así que voy a estar para cuando lleguen; espero la llamada para recogerlos en el aeropuerto.
Bueno, papá y mamá, me despido; disfruten lo que les queda de vacaciones. Nos vemos en tres días.
Ricardo»
Tomé un trago largo que aflojó mi garganta, digité la carta y la envié al mail de mi padre. El manuscrito lo guardé en la billetera; ahí lo encontrarán.
Lo siguiente era hablar con ella. Insistí, sin éxito, a su celular. Llamé a su casa y una voz cortante dijo que no estaba. Solo quedaban cuarenta minutos; resignado, dejé un mensaje:
“Mónica, mi amor, te he extrañado mucho,
necesito hablarte. Por favor, llámame,
tengo algo muy importante que decirte”.
Ya en mi habitación me derrumbé de miedo y tristeza, busqué un poco de paz, imploré: “Padre, ayúdame, protégeme… tengo miedo, Señor, sabes de mi fe; por favor, no me abandones…
Y mientras rezaba, de súbito pensé que si dejaba el carro con gasolina al otro día no tendría que parar y así evitaría el encuentro. Bajé corriendo y subí al carro. Conduje hasta una estación cercana.
– Llénelo –le dije al empleado.
El tiempo estaba por terminar, los números del surtidor parecían mi cuenta regresiva.
– Listo, señor. Son sesenta mil pesos.
Faltaba menos de un minuto cuando el dinero saltó de mis manos y cayó bajo el asiento. Lo recogí y al voltear para entregarlo, la claridad del día me hizo cerrar los ojos…
– Señor –dijo el empleado–, usted ya pagó.
Otra vez en el lugar del encuentro. Temeroso, inicié el viaje conduciendo muy lento. Me fue llenando una inusual tranquilidad. Me sentía seguro y lleno de vida. Quizá –pensé– Dios escuchó mis ruegos: casarme, tener hijos, verlos crecer y envejecer a su lado.
Llevaba siete horas de tranquilo viaje cuando entró la llamada; en el identificador el nombre anhelado. Pero al fijar de nuevo los ojos en la vía, una luz intensa cayó sobre mí. Por reflejo frené. Me fui derrapado a estrellarme de frente, halé el freno de mano, el carro giró, giró y dio vuelta de campana; aferrado al timón esperé el golpe…
Desperté en la funeraria. Sentí el desconsuelo de todos. Junto al catafalco las mismas tres personas. Iba a completar quince horas de estar pudriéndome en el cofre. Vi las coronas de nardos pero no sentí su olor.
Taller ÉCHEME EL CUENTO de Relata Cali
ECHEME EL CUENTO, taller de la Red Nacional de Taller de escritura creativa (Relata) y de la Fundación Casa de la Lectura (FCL), que apoya el Banco de la República. El blog publica los textos acabados de los miembros del tercer ciclo iniciando en febrero de 2011.
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Tomado del libro: "El Segundo Disparo"
Antología de relatos del Taller RENATA “Écheme el cuento” de Cali.