Por R.H Vargas
Hace años un punto, era un punto que no se movía en la ciudad, estático, como si los cuerpos no pudieran avanzar, solo quedarse ahí y encontrarse cada noche. A mí me enseñaron que se llamaba la gruta, desde el espacio se veía como un gran cenicero, un hoyo negro en medio de Cali, parecía que el tiempo no existiera en ese lugar, tal vez es que pasaba tan lento o tan rápido que no se sentía la herida, todos tan desconocidos en otros puntos, en este, sus caras se volvían familiares, las líneas de sus caras, se volvían puntos estelares, disparados por las luces de los carros que pasaban.
Gloria, era una mujer de sólo 32 años, yo tenía 19 años en ese entonces, los días le pesaban, la calle la consumía, las arrugas ya se le notaban en su rostro, cuando la conocí, su cabello negro estaba casi cubierto de canas, la muerte la perseguía, eso creía, no dormía, siempre estaba atenta a la venta de sus cigarrillos y la cerveza, no quería quedarse dormida porque tal vez nunca despertaría, no quería dejar solo a su hijo, no quería volver a perder un hijo, cómo perdió a uno en el Hospital Departamental hace más de 8 años, el pasado la perseguía, el anfiteatro con los cuerpos sin vida en las camillas es una imagen constante en su cabeza. Esta ausente, ella vive en su mundo de pasado, le temía a los días que pasaban como yo, pero ella sonríe y dice “La vida es hermosa, y uno debe agradecerle al todopoderoso por lo que tiene”
Se veía cansada, a veces a la distancia parecía que se quedaba dormida, pero ella me decía que solo cerraba los ojos por que le ardían.
Cada dos preguntas alguien se le acercaba y le pedía un dulce o algo, ella los atendía, su rostro parece más cansado con las horas, y el sonido de su radio acompañaba nuestra conversación.
Se quedó callada como ausente, era un recuerdo demasiado doloroso, alguien llega y le pide una cerveza. Algunos meses después estuve fuera de Cali, y cuando regresé ya no estaba, nunca la volví a ver.
Adriano iba y venia, ofrecía cerveza a $1200, la traía enseguida, era ágil y espontáneo, sus dientes blancos relucían en la oscuridad, tenia el sabor del pacífico, dentro mi pensaba que pronto tenia que acabar de venderla, así podía descansar, estar con su esposa e hijos, y al otro a trabajar, casi siempre parte junto a Gloria a la medianoche, la conoce desde que era una niña, y volvía al otro día a las 6 PM con ella, ellos solo vendían sus dulces, ellos no juzgaban “allá ellos y aquí nosotros” dice Gloria.
Octavio era un jíbaro, tenia sólo 23 años, los acaba de cumplir cuando lo conocí, sus pómulos trigueños se marcaban, como un cadáver, vendía drogas desde los 15 años, desde que empezó a vivir con una ‘pelada’ a quién pilló con otro, se paso a vivir a un hotel de la Ermita, casi todas las noches vendía desde las 7 PM hasta el otro día 50 ‘baretos’, eso le daba para vivir y rumbear, no se quejaba, decía que vivía bien y que era su territorio, su mundo. Años después lo vi por Granada, creo que no me reconoció, o no me quería reconocer.
‘Cherry’ no disfrutaba de los placeres que ofrecía todas las noches a una cuadra del cenicero a los hombres acaudalados de la ciudad, es un travestí que se prostituye desde los 16 años, cuando en el barrio sus vecinos le pagaban para hacerles el trabajito, a los 17 tuvo que salir de este placentero lugar por amenazas, pues su condición de homosexual no era aceptada por tan ‘respetable’ comunidad, como la llama; ahora vive en un cuartito que le arriendan por la olla, tenia tan solo 20 años, detrás de su exagerado y delicado a la vez maquillaje, sobrevivía a punta de perico.
Raquel, hacía su aparición, ahora ya debe pasar los 60 años, dicen que estuvo dos meses en el psiquiátrico, por eso estaba más seria, cuando la vi por primera vez, un poco alejada, nunca dejaba su vasito “lleno de la embriaguez que necesita para soportar sus penas” decía, empezaba a dar cátedra pasando por los cuerpos recostados a los muros, ella era todo un personaje, era la reina de la gruta, muy pocos hablan con ella pero ella hablaba con todos, era la maestra de los insomnes.
La ‘tomba’ llegaba, requisaba, subían a unos a la camioneta, les daban el ‘vueltón’ y les cobraban el paseo, eso era la rutina, todos lo sabían, pero la policía es lo que menos los aqueja, algo adentro les angustiaba, alérgico a la luz.
La gruta ya no existe, al menos esa gruta, los años le cobraron tantas libertades, aveces la extraño, pero sé que se quedo en mi memoria, y la de otros.