Por Javier Melo
Se me ha pedido que opine sobre cómo me gustaría ver a Cali en unos años. La petición me la hizo un colega que trabaja para una multinacional de tecnología, así que es probable que deseen algo con sesgo tecnológico, no obstante, no se me sugirió nada al respecto. Intentaré entonces, expresar en unas cuantas líneas lo que creo que debe pasar para que Cali sea una ciudad menos puta y más respetuosa de las personas que la habitamos.
Cualquier tratamiento debe empezar con un diagnóstico, y éste a su vez, debe considerar causas y antecedentes. Es por esto que debemos recordar lo que ha sido Cali, las características sociales, políticas, culturales y ambientales que la han construido y que le sobreviven.
Estratégicamente ubicada en el costado oriental de la cordillera occidental, en la parte inicial del Valle del alto Cauca, a unos 1000 msnm, con clima tropical, sin vientos ni lluvias fuertes, clima privilegiado, cercanía a un mar que no quiere y unos 475 años de historia, Cali ha sido la envidia de muchos, el objetivo de otros y el disfrute de unos cuantos.
Habitada por blancos engreídos, negros irresponsables e indios despistados, tuvo su época de gloria (de la cual aún se vive), en las décadas del 50 al 80 del siglo XX. Se aposentaron en esta tierra compañías multinacionales que trajeron modernidad y confort, además de trabajos bien remunerados que permitieron a los afortunados empleados, elevar su arribismo al familiarizarse con el inglés, a viajar anualmente a USA y a presumir de un nivel social con el que no habían soñado. Se fue modernizando el modo de vivir caleño, a la ciudad llegó lo que estaba de moda, lo que se usaba en otros lados, llegaron las cosas, y afloraron las ambiciones que se encontraban retenidas en la vida parroquial que se llevaba antaño.
La mayoría de los caleños trabajaba y vivía del estado y de sus instituciones: la gobernación, la alcaldía, las empresas municipales de servicios, los colegios y universidades, y otras oficinas del orden nacional y descentralizado como lotería, licorera, DAS, SENA, hospitales, y otros.
Ahí trabajaba, o estaba en la nómina, mucha gente, que como era de esperarse, trabajaban poco, ganaban mucho y robaban otro tanto. Cali se acostumbró a que los empelados oficiales le robaran, que le cobraran sobornos, que le engañaran y que le brindaran malos servicios. El caleño se precia de su habilidad para conseguir los trámites oficiales a través de amigos y de corrupción, lo expresa con orgullo, lo divulga sin vergüenza y lo enseña con prepotencia. Es usual que un caleño no pregunte cual es el trámite que hay que hacer para algo, sino que pregunte si uno tiene un amigo en la alcaldía, en la gobernación, o en la entidad respectiva. El caleño usará eso, y el empleado público, se dejará usar, claro, no sin mediar una coima en el asunto.
En este contexto, era natural que al aparecer el narcotráfico, tuviera en Cali el escenario perfecto para aposentarse: buen clima, gente sedienta de arribismo, perezosa y con un amor incondicional por el dinero fácil. La ciudad fue tomada por una turba de delincuentes que aun deambulan por clubes sociales, oficinas, empresa privada en buenos cargos, y por supuesto, en el sector oficial, en donde la simiente es de tal fortaleza, que ni privatizando el Rio Cali, la Plaza de Caicedo, el chontaduro y la salsa, se podrá erradicar tal pestilencia.
Esto es lo que tenemos, esto es lo que vivimos, y con esto es que debemos armar nuestro futuro cercano, nuestros sueños y lo que nos queda de vida para legar a las nuevas generaciones una ciudad que sea capaz de aprovechar sus ventajas y no volverlas en contra de la ciudadanía, una ciudad amable no porque la gente se ría – o se burle- sino porque respete la diferencia, respete las necesidades, entienda que lo fácil o mal habido, no tiene ni construye futuro, que educándonos, despreciando el arribismo, respetando al vecino, exigiendo transparencia y gestión, será como verdaderamente nos sentiremos viviendo en la sucursal del cielo, y no, en medio de un basurero.
Socialmente, la ciudad deberá incorporar a todos sus habitantes en los beneficios que en aspectos como movilidad, seguridad, espacio público, etc., puedan disfrutar sin discriminación social. Deberá aumentar el concepto de autoridad, de orden y de disciplina. Deberá generar cultura ciudadana, al estilo Mockus en Bogotá, para que la gente entienda lo que es malo y lo que es bueno. Habrá que formar en valores, y enseñar que cosas como hacer fila, respetar los semáforos, pagar las deudas, hacer silencio, no robar y trabajar son cosas buenas y no bobadas o tonterías.
En infraestructura, se debe ampliar a toda la ciudad el sistema de transporte masivo, ojalá con trenes eléctricos de superficie que son económicos y ambientalmente amigables; se deben concluir las Estaciones Terminales del MIO e integrarlas al transporte intermunicipal; se debe eliminar todo el transporte público masivo diferente al MIO; hay que motivar e incentivar el uso de bicicletas construyendo ciclovías por toda la ciudad y áreas de parqueo para ellas; se deberá suprimir algunos semáforos y reemplazarlos por pasos a desnivel, tanto peatonales como vehiculares; se deberá ampliar algunas vías y construir parques y espacios públicos dotados de baños públicos, sistemas de información ciudadana y de puestos de policía de atención inmediata.
El tratamiento de basuras y de aguas residuales deberá abordarse considerando los fuertes impactos ambientales que este abandono les genera a los caleños. Aquí es vital la implementación de sistemas de las más altas tecnologías que permitan usar los residuos para generar energía y producir materiales resistentes y reciclables.
En toda la ribera del rio Cali se deberá construir un sendero que combine espacios peatonales y sitios de entretenimiento al mejor estilo de las grandes capitales del mundo en donde los ríos Seine, Hudson, Thames o Rhein en Paris, New York, Londres y Frankurt respectivamente, le brindan a las ciudades ambientes agradables y de esparcimiento, atractivos turísticos y símbolos que marcan a sus habitantes.
Cali debe construir un escenario para eventos públicos de fácil acceso en donde se pueda hacer conciertos, exposiciones de libre entrada, “mercados de pulgas”, y en general, un espacio en donde se puedan presenciar todo tipo de expresiones culturales diferentes a la patanería del fútbol.
En los últimos años se ha ido fortaleciendo el evento llamado “salsódromo”, el cual congrega a multitudes y se está vendiendo como identidad cultural; esto debe ser fortalecido y más publicitado, articulándolo con las escuelas de salsa que ya funcionan exitosamente.
En conclusión, la Cali de los próximos años deberá contar con espacios para espectáculos públicos diferentes al fútbol, masificar el uso ordenado del transporte público y sobre todo, educar a las nuevas generaciones, ya que las actuales están adormecidas en sus propias incapacidades, en su visión amañada y en su estupidez centenaria.