Todos los días suben y bajan de su casa en Alto Menga, para ir al colegio. Da gusto verlos con sus uniformes y su felicidad. Pero al verlos a diario empezamos a distinguir entre la multitud los pequeños dramas que viven los niños y que seguro se repiten en otras zonas de la ciudad.
A aquel que venía callado en medio de tres que se le burlaban de los zapatos rotos. La gordita que siempre va sola y mira con recelo a los compañeros que pasan a su lado. Y el niño que se ha detenido a llorar tres veces en la esquina en la esquina por que sus compañeros lo agreden verbal y físicamente.
“El que está quieto se le deja quieto” gritaba entre sollozos el miércoles. La pandillita que lo atormenta huye cuando los adultos se acercan a ver lo que ocurre. Y al preguntarle que le hicieron. Responde “Nada”.
Si no le hicieron nada, no puedo ayudarle le dijo un anciano ese día.
“Odió la vida, quiero morirme” Paso diciendo la semana pasada.
Hace años nos horrorizamos con las cifras de suicidios de niños en Japón y hace un año ya teníamos cifras alarmantes en Cali.
¿Qué podemos hacer por estos niños y por sus verdugos, sus compañeros?
Estas situaciones pueden generar entre otras cosas inasistencia escolar, cuando la situación se hace insostenible para el menor, y no encuentra auxilio entre profesores y adultos, deciden empezar a escaparse y ese es sólo el principio de un cuadro que los puede llevar por mal rumbo.
Además hay que destacar el vacío, la indiferencia generalizada por todos los compañeros de clase o el daño físico infringido en algunas ocasiones, la situación puede ser insostenible cuando en el hogar no se escuchan sus quejas.
Una de las preguntas planteadas es, ¿por qué ese comportamiento por parte de los compañeros de clase?, aunque añadiría, ¿por qué los profesores y educadores no han adoptado las medidas oportunas? Y no nos referimos a un cambio de colegio.
Los niños mayores parecen tender a ser más crueles y hacen uso de su superioridad física o numérica para amedrentar a los más chicos. No sabemos muy bien que pasa en nuestros colegios y escuelas, pero a esto se suma la precocidad sexual, que me hace pensar en las presiones que deben existir hoy día sobre niños y niñas, desde sus compañeros.
“No hay culpa. Lo que tú llamas crueldad es, en realidad, inconsciencia. Un niño no es cruel a menos que esté enfermo. En su comportamiento reproduce el psiquismo de la familia, como los perros. Es ignorante y copia un ambiente. Hay padres que actúan como gurús. Cuando un niño es racista no es el niño quien es racista, es el padre quien lo es. Si un niño mata a otro niño, los padres son los criminales. El niño, en este caso, está poseído. No podemos hablar de maldad infantil: los niños no son crueles, eso es una leyenda; son sólo inconscientes e ignorantes, no saben. Reproducen conductas de adultos.”
Alejandro Jodorowsky, en “Psicomagia” (Ed. Siruela).