
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
Las viviendas aparecieron muchísimo antes que las ciudades, pero después estas fueron mucho más que un mero conjunto de viviendas. En nuestras ciudades coloniales las casas iban formando al mismo tiempo calles y plazas, pero a mediados del siglo XX ya se construyeron urbanizaciones con vías y servicios públicos para lotes que se desarrollaban posteriormente, quedando casi siempre algunos sin usar. Y actualmente se hacen hileras de viviendas sin parques (las zonas verdes residuales no lo son) ni escuelas ni puestos de salud y policía, y sin considerar si pueden ser servidas por un sistema integrado de transporte público. Y para peor de males se hacen en la periferia de las ciudades, condenando a sus usuarios a gastar más tiempo y dinero en su movilización, como a aislarse de la vida urbana propiamente dicha.
Lo sensato sería hacer renovación urbana, como se propuso hace años para el sector del Hoyo- Piloto en Cali, y no viviendas en serie, que son las que hacen las compañías constructoras buscando una economía de escala. Pero igualmente esta se podría alcanzar mediante la estandarización y construcción industrializada de componentes, elementos y partes de las viviendas, para ser usados en lotes pequeños y medianos. Por lo demás, en nuestras ciudades abundan grandes áreas ociosas que habría que comprar o expropiar para hacer barrios completos y no apenas viviendas, como la adyacente a la Plaza de toros de Cali. Y es absurdo que no se utilicen cuando son propiedad pública, como el extenso lote del Sena aledaño al centro de la ciudad, que lleva décadas abandonado, o el Hotel de la Universidad del Valle en la Sexta.
El Estado debería adquirir o, si es preciso, expropiar casas y edificios abandonados o deteriorados para renovarlos y proceder a su venta, subsidiada si es necesario, lo que implicaría la considerable ventaja de que en este caso mal que bien ya existe la ciudad, y no habría que extenderlas más, a cargo de los contribuyentes, pero para beneficio únicamente de los propietarios de las tierras que las rodean, que las urbanizan aunque casi nunca sea lo más conveniente. Estas viviendas “de segunda mano” podrían ser más asequibles para los que tienen menores ingresos, e implicaría continuar usando calles y demás equipamiento urbano ya construido, evitando su decadencia como está pasando cada vez más en San Nicolás, el Barrio Obrero y El Calvario, en pleno centro de una Cali que ya llega a Yumbo y Jamundí.
Tendríamos que pensar en las ciudades y no apenas en un déficit de viviendas, mal calculado además. Pero lamentablemente para muchos primero es “su” vivienda y no echan de menos una ciudad que nunca tuvieron, de lo que se aprovechan los constructores, a los que poco les interesa cambiar su rentable negocio. A los políticos, por su parte, no les atrae proponer remodelar casas y edificios de apartamentos, ni mucho menos su expropiación, por las mismas razones que no se ocupan de los andenes. Creen que eso no da votos o que no es prioritario, o llanamente no entienden que es una ciudad de verdad y no distinguen entre estas y la vivienda. Y por supuesto a la gran mayoría de la gente no le atrae pensar las cosas desde otra perspectiva: prefieren seguir creyendo en lo que de niños les enseñaron a creer.