Caliescribe presenta estas narraciones de ficción como parte de su compromiso con la divulgación de la palabra escrita en todas las formas que ésta pueda tomar.

Por Alex Sterling
Laurita vive en el barrio El Ingenio, frente al parque longitudinal que corre junto al río Meléndez. Está encerrada en su pieza, con mucha gente a quien llamar pero sin nadie que la llame. No es viernes. No es lunes. No hay planes alentadores. No hay de otra, sale al parque a fumarse un bareto. Cierra la puerta a la velocidad de la babosa y mientras se acerca a la calle se encuentra con el vigilante de la cuadra, que va en su bicicleta. Se detiene cuando la ve.
– Buenas noches.
– Buenas noches.
– ¿Se va a dar una vueltica por el parque?
– Sí, me voy a fumar un cigarrillo ahí al lado del río.
– Un cigarrillo…
– Sí, un cigarrillo.
Laurita Pasa al otro lado y comienza a caminar por la orilla del río. Quiere desprenderse de la mirada del vigilante pero él empieza a seguirla, clavándole la mirada desde el otro lado de la calle. Suben dos cuadras caminando por el borde del río, él tipo sigue como una ladilla, saludándola con la mano. Debe hacer algo. Encuentra una piedra frente a uno arbustos y le grita:
– Me voy a sentar aquí un rato.
– Bueno… yo me quedo aquí echando ojo.
Laurita se pasa de esa piedra a otra y logra sentarse tras una que está tapada por los arbustos. Algo de privacidad. Se acurruca detrás del árbol y prende lo suyo. El río en Dolby, ella en estéreo. Escucha también que alguien puja y cree que es un bit ochentero. Una década que podría ser interpretado por una mente constipada. Decide acercarse a la fuente del sonido y sorprende a un reciclador cagando. El tipo se queda mirándola, paralizado. Laurita lo mira fijamente y se le acerca. El man aún está dando lo mejor de su caca al mundo, ella se agacha a su altura y le ofrece un plon.
– No gracias, no fumo bareta.
– ¿Ya acabó?
– Apenas iba a empezar.
– ¿Y por qué no sigue?
– No puedo si me están mirando
– ¿Caga en la mitad de la calle y no quiere que lo vea nadie?
– No estaba en la mitad de la calle.
– ¿Cómo se llama usted?
– Mario.
El tipo baja la mirada. Ella no. Laurita no puede soportar la idea de no tener dónde cagar. Le hace una propuesta directa al tipo:
– Mario, ¿quiere cagar en mi casa?
– No tengo donde dejar la carreta.
– La parquea ahí frente.
– ¿Usted dónde vive?
– Ahí, mire.
Laurita señala su casa, justo frente al parque. El tipo asiente con la cabeza.
– ¿Se puede alejar un momento para limpiarme?
– ¿No que no cagó?
– Pero igual… para subirme los pantalones.
– Hágale.
Laura se retira y bota la colilla al río y de inmediato es poseída por la culpa.
– Mario, necesito que me haga un favor. ¿Puede bajar al río y buscar la colilla que tiré?
– No, no creo.
– ¿Lo invito a mi casa a cagar y no es capaz de hacer eso tan bobo que le pido?
– Yo no le pedí nada.
– Mire…
– Coma mierda, yo me abro.
– Mire…
Laurita no alcanza a terminar, los 120 kilos del vigilante atrapan de repente a Mario por la espalda. Lo ahorca.
– ¿Le estaba haciendo algo?
– No… sí… no sé… lo que sea…
– Váyase para su casa, yo me encargo de éste…
– Pero…
– Hágame caso, yo le dije que era peligroso
– Usted no me dijo…
– Váyase o le digo a sus papás a qué sale usted por la noche.
No bien escuchado esto, Laurita da la espalda y camina derechito hasta su casa. Se siente mejor, aunque hubiera preferido llegar acompañada. La pieza es muy cuadrada poro al menos tiene una historia que contarle a su novio imaginario.