Por redacción Caliescribe.com
La historia de un documentalista que regresa al distrito de Aguablanca.
Cuando visitamos a Manuel estaba en el acto de entender el orden de sus casetes, buscando las cintas correctas. Claro, el hombre ya tiene editado un documental y la ficción, en su versión final. Pero él está buscando los B-sides, los casetes que se le quedaron archivados. La riqueza contenida en estas cintas radica en la naturalidad de lo que hay se guarda.
La imagen muestra a Morales y a Gustavo haciendo un pulso. Están sobre una mesa, digamos, a la hora de almorzar, esperando que les sirvan su porción. Morales se muestra serio y concentrado y Gustavo fanfarronea. Los demás prestan atención, es una pequeña pelea por el demonio territorial, medio en broma, nada importante. El asunto es que ha generado expectativa en los demás, que también, esperan su almuerzo, y esto lo convierte en un pequeño episodio. Pero no vemos más de esto. Se pasa a otra imagen. Entonces Manuel se ve tentado a explicar porque estaban apostando un pulso. Cuenta que, por ejemplo, la nena que les tomó el pedido les coqueteó a ambos y que se estaban jugando el derecho de ir y hablarle primero. Repito, nada importante. Pero algo que deja ver al máximo posible las personalidades de ambos personajes.
El trabajo de los audiovisuales en el distrito de Aguablanca siempre estará marcado por la necesidad de conseguir la totalidad de los recursos con financiación externa. Muy pocas iniciativas pueden ser financiadas pro sus realizadores. Por lo que resulta difícil aplicar a becas con trabajo demostrado, así, tipo amateur.
Por eso Manuel se concentra en las historias. Dice: “Sí hay buen material para contar el resto se soluciona sin plata, sólo se necesita una cámara”. Ahora, Manuel tiene que contactar a los muchachos con los que estuvo trabajando. Quiere saber qué fue de sus vidas.
Ha pasado tiempo y su relación con ellos ya no es necesariamente de autoridad, como sí lo era antes. ¿Cómo se ve esa pérdida de autoridad, ese alejamiento? No es que vayamos a hacer énfasis en esto como un señalamiento moral o algo así, es solo que afecta el dispositivo narrativo porque afecta su relación con ellos, cómo interactúa, cómo le hablan por primer vez.
Así que se nota un resquemor evidente en la primera llamada que hace. Llama a Fernando, un músico del distrito, y personaje del documental, con el que entiende que puede hablar de las cosas con más seriedad.
Fernando y Manuel pueden sostener conversaciones diferentes, un poco por encima de las obviedades.
Manuel se reencuentra con los muchachos un martes. Ellos no lo están esperando. Hacen música, otros sólo escuchan. Están reunidos varios de los muchachos que participaron en el rodaje de ambas producciones, las dirigidas por Martínez. Están algunos integrantes de Manduka, el grupo del barrio, sobre el que volteó su mirada una primera vez Manuel. Los del grupo ensayan, como por joder, y los demás escuchan y hablan entre ellos. El recibimiento es cálido, pero no como el que se le da a alguien que uno no ve hace años, sino con el que se ha creado un lazo que perfora el tiempo. Así que por parte de los integrantes del grupo, que apenas lo ven dejan de tocar y se le acercan, hay una cálida bienvenida, en la que se nota cierta confianza. Por otro lado, personajes como Morales, Que tiene su pasado violento, guardan más distancia aunque lo saludan con entusiasmo. Quedan para tomarse unos tragos y se despiden. Por ahora, la cosa va bien.
Manuel regresa a su casa y mira nuevamente los videos. Ahora recuerda más cosas. No dice nada, los mira en total silencio.
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Manuel Martínez sale con los pelados en viernes por la tarde y se van a un estanco a tomarse unos tragos. La escena permite que la lengua se les suelte a todos en el grupo y que se recuerden más acontecimientos importantes, contados además con más gracia.
La historia de Morales es ideal para una mirada íntima. ¿Qué enemigos le quedaron de su vida de pandillero? Aunque no lo vamos a poner a hablar de eso, podemos ver si tiene algún tipo de paranoia o sentimiento de culpa relacionados con su anterior vida, y las cagadas que, seguramente hizo y quedó debiendo. Es evidente que la culpa no aparece en público pero el privado puede ser evidente.
Vamos con el hombre al barrio donde creció, regresando a los lugares donde antes vivía sus batallas. Camina por calles donde antes era respetado, querido u odiado. Mira a la gente a la cara, recordando quién era quién en ese antiguo código de estatus. Recuerda a los señores de la cuadra, esos padres de familia respetables con los que nadie se metía, los saluda con respeto, con una inclinación ligera de la cabeza. Se va a una panadería, sólo, a tomarse una Pony Malta con una acema.
Ahí sentado ver pasar la gente. Además podemos ver cómo es ahora, ese espacio que Morales en sus testimonios llegará a describir con “sumamente peligroso”. Es un día de semana por la tarde, hay niños colegiales jugando en la calle, con el uniforme todavía puesto. Las señoras recién pensionadas se asoman por la ventana o se sientan en una banquita frente a la puerta principal. Digamos una pequeña zona de comercio de la zona, que suele formarse en esquinas principales, junto a una panadería y/o un granero.
La idea de ver a Morales así, domesticado, diferente a ese muchacho que estaba apenas saliendo de su vida violenta, o como se ve en su personaje en el corto, le resulta problemática a Manuel. El que ganó estatus en el mundo de los artistas visuales mostrando la vida macabra del barrio. Siente que se aprovechó un poco, pero no quiere seguir fingiendo y se lo dice a Morales. Le dice que ve que ha perdido la ferocidad.
Morales se ríe y le responde que la una fiereza que necesita es la que hace falta para levantase cada día y trabajar desde temprano para poder pagar su arriendo. El animal fue domesticado.