
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
No conocemos su geografía ni su historia, y lo poco que se la investiga en las universidades locales es reciente y no sale de ellas. No vemos las implicaciones de que en 1910 fuera escogida como la nueva capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca, en remplazo de Buga, cuando finalmente se conectó con el exterior al llegar el tren desde Buenaventura poco después de terminado el Canal de Panamá, y cuatro siglos después de su fundación aquí buscando una salida al mar. Su latitud, altura sobre el mar, temperatura promedio, precipitación y cambios de humedad nada nos dice, ni que buena parte de su área urbana esté por la tarde a la sombra de la cordillera. Ignoramos lo que implica que sus días varíen muy poco a lo largo del año y que sus atardeceres sean de bellos cambios de color pero sin Sol. O que sea una de las pocas ciudades en el mundo que pasan tres veces al día por la zona de confort, o que, como muchas ciudades colombianas, su paisaje esta arriba y no solo a sus pies. Desaprovechamos para su sostenibilidad el que esté en el trópico andino y cerca, a una de las zonas con más agua y biodiversidad del planeta.
Su urbanismo colonial, que viene del antiguo Oriente, es de manzanas de casas de patios y solares y calles paramentadas y con aleros, en las que solo se destacan algunos conventos e iglesias y una gran plaza. Pero de la villa colonial, que apenas contaba con 5.000 almas a mediados del XIX, solo queda su ejemplo urbano-arquitectónico pues la destruimos como si fuéramos nuevo ricos. Después de la Independencia se privatizaron su suelo y ejidos y se agregaron antejardines, parques y avenidas, nuevas en Europa, para cambiar su imagen mudéjar, pero su “modernización” fue apenas la imitación de los modelos occidentales, que veíamos como desarrollo. Fenómeno que se aceleró después del triunfo de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, cuando se generalizaron indiscriminadamente los retrocesos para ampliar calles, junto con voladizos y edificios altos, muchos innecesarios, posibles por las nuevas técnicas y materiales importados, y el trabajo de arquitectos profesionales. Se destruyó la ciudad tradicional pero sin dejar ni siquiera un sector moderno homogéneo.
De su casco viejo lo único que se conserva es su traza ortogonal, que aquí quedó en forma de rombos, y un pequeño “centro histórico” en el que la mayoría de sus monumentos es muy reciente e incluso varios son actuales. Su trazado ortogonal se reprodujo desordenadamente con diferentes proporciones y sin vías continuas, mientras se ignoraba su corredor férreo, recto y a nivel entre Yumbo y Jamundí, que quedó al medio del área urbana actual cuando se hizo una ciudad paralela “debajo” del Río Cauca. Desaprovechando la presencia de determinantes como la cordillera y su piedemonte, y la línea férrea, en dirección sur-norte, su rápido crecimiento se hizo en una de las mas fértiles y tractorables tierras del mundo, fomentando invasiones o “donando” lotes para equipamientos urbanos para después “urbanizarlas”, llevando hasta ellas una infraestructura pagada por los contribuyentes. Los gustos y costumbres coloniales se afrancesaron y mas adelante se americanizaron, y ahora nos hundimos en la violencia, la corrupción y el mal gusto “narco”.