Vida Nueva
Por Héctor De los Ríos L.
Dirijamos nuestra mirada al evangelio de este domingo. Llegamos al núcleo, al culmen del discurso del pan de vida. La revelación de Jesús sobre sí mismo en la Eucaristía llega al momento culminante. ¡Un evangelio espectacular! ¡Bellísimo! (San Juan 6,51-58)
Una vez que nosotros, en el domingo pasado, descubríamos que no solo Jesús es el verdadero pan del cielo, el pan de vida sino que hay que comerlo. Hay que pasar de comer el pan a comer la carne de Jesús. Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación porque el término carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne”. Se añadió entonces una especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo”. “Es mi carne para la vida del mundo”. De esta manera se nos estaba enseñando a comprender, a acoger el sacrificio redentor de Cristo en la cruz en el pan eucarístico.
Esta enseñanza de Jesús no ha sido fácil de entender por el peligro de tomar sus palabras en sentido literal o material. No tiene nada que ver con la antropofagia, ni con una “transfusión” de vida física. Sino que es el de de la Vida Divina.
Jesucristo es el Pan de Vida. Vida que es amor ante el egoísmo, fortaleza ante la tentación, arrepentimiento ante nuestro pecado, unión en las tensiones de familia, solidaridad y deseos de hacer el bien. También nosotros debemos ser pan partido para nuestros hermanos. Cuando vivo con desprendimiento y soy generoso con los demás, estoy ofreciendo mi vida, estoy entregándome y anunciando la muerte y resurrección de Cristo.