Vida Nueva
Por Héctor De los Ríos L.
Los fariseos habían codificado 613 mandamientos y la gente sencilla no lograba ver con claridad cuáles eran los verdaderamente importantes. Por eso un letrado pregunta a Jesús qué mandamiento es el primero de todos. Jesús sintetiza todos esos mandatos en un solo punto doble y declara que el amor a Dios y el amor al prójimo es el centro y núcleo de todos ellos. Une los dos mandamientos dándoles la misma importancia. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables. No se puede amar a Dios sino a través de nuestro prójimo y amar a nuestros hermanos es amar a Dios. (Evangelio de este domingo: San Marcos12, 28b-34).
El supremo criterio para discernir quién pertenece al Reino de Dios es el amor a Dios y el amor al prójimo. Jesús pone a la persona cara a cara ante Dios y ante el prójimo. Así Jesús nos ha llevado a la opción fundamental de la vida que es fe y justicia unidas. Dios y el prójimo inseparables. No hay otra religiosidad auténtica. Jesús, con esta declaración, nos invita a decir sí a la persona, al mundo y a la vida. El que dice amar a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso.
La eucaristía que celebramos cada domingo es el gran Signo del amor de Dios que en Cristo se hace patente. En este Año de la Fe que hemos comenzado, con motivo de los 50 años del Concilio Vaticano II, descubramos el Amor de Dios por nosotros a través de los grandes textos conciliares: la Iglesia, la Palabra de Dios, la liturgia, el Diálogo con el mundo