Vida Nueva
Por Héctor de los Ríos
Jesús, el Hijo de Dios, no viene intempestivamente al mundo. Lo ha precedido una expectativa de siglos, alimentada por Dios a través de los profetas… Desde antes de nacer Jesús empieza su obra salvadora ¿Qué espera la humanidad de Él? Que recorra nuestros caminos, entre en nuestras casas, que nos busque y nos abra el acontecimiento de Dios.
Llevado por María, llega a la casa de la prima Isabel (Evangelio de este 4° domingo de adviento: San Lucas 1, 39-45) ¿Simple visita de cortesía y de amistad familiar? Es eso y mucho más. En la Biblia las visitas de Dios están cargadas de salvación. Recordemos la vista a Abrahán que cambia su historia y la de la humanidad (Génesis 18). Esas visitas transforman las situaciones e inician caminos nuevos de Dios.
Al recibir el saludo de María, Isabel exulta de alegría. Es la alegría de la salvación que se anunció antaño al pueblo. Isabel reconoce en su prima la madre de mí Señor. Ese nombre es el título pascual de Cristo resucitado. Al escribirse el evangelio la Pascua ha pasado y ese nombre tienen un uso prepascual.
“Bendito el fruto de tu vientre”, dice Isabel. La bendición que encierra esa exclamación es también intervención divina salvadora. Para entrar en Él, reconocerlo, recibirlo hay que creer: “Dichosa tú que creíste”. Es la bienaventuranza que un día Cristo aplicará a los pobres, primeros beneficiados de la obra divina.