Vida Nueva
Por Héctor De los Ríos L.
En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo”.
Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua. En el relato de San Lucas 9,28b-36
Jesús anunció su propia cruz y las consecuencias para sus discípulos. El relato de la transfiguración se entiende -en relación de contraste- a la luz del anuncio de la Cruz.
Pedro allí había manifestado una primera resistencia al anuncio de Jesús. A pesar de la reacción negativa que Pedro tuvo ante el anuncio de la pasión, el Señor “toma consigo a Pedro”, junto con “Santiago y Juan”, para llevarlos a una montaña alta.
La mención de la montaña crea una atmósfera espiritual que nos remite lo que había sucedido en el monte Sinaí, el monte en el que el contacto de Moisés con Yahvé lo llevó a reflejar en su rostro la Gloria del Señor.
La cuaresma es una toma de conciencia de nuestro proceder de cristianos en el mundo. La gente debe percibir que en medio de un mundo de violencia y corrupción el verdadero cristiano es una persona que lleva en sí el compromiso de Cristo y debe actuar a su evangelio. No lo podrá hacer si no se dejar transformar, transfigurar por la acción del Señor.