Por Héctor De los Ríos L.
Vida Nueva
“Vete y haz tú lo mismo” (San Lucas10, 25-37)
En la pregunta del legista “¿Quién es mi prójimo?”, estaba implícita la idea de que hay límites en el amor: ¿a quién es que debo a amar y con quién es que no tengo obligación?
Jesús retoma la cuestión y lleva a su interlocutor a sacar él mismo la conclusión: “‘¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?’ Él dijo: El que practicó misericordia con él”.
La respuesta es clara: no se puede trazar un límite preciso, debo hacerme prójimo de todo el que necesite de mí no importa cuál sea su apellido, su edad, su género, su condición social, su religión.
Pero notemos que en la pregunta, Jesús hace caer en cuenta que “prójimo” no es el otro sino yo mismo en cuanto “me hago prójimo”. Jesús nos invita a ampliar los horizontes de nuestras relaciones y de nuestro compromiso. El evangelio del buen samaritano nos coloca ante una nueva perspectiva: ya no hay que preguntar “¿hasta qué punto ya no tengo compromiso?”, porque no es el grado de parentesco ni la simpatía lo que determina hasta dónde debo extender mi mano para ayudar, sino la situación de necesidad real en la que la otra persona se encuentra.
En otras palabras, cualquier persona que se encuentre en mi camino y que esté pasando necesidad, él es el prójimo al cual le debo abrir mi corazón y prestarle auxilio, así esto implique desacomodar mis esquemas personales. El necesitado es el lugar donde tengo que estar amando, el lugar donde mi apertura de corazón es el primer paso del amor que sabe a vida eterna.
Mientras leemos ese domingo el relato del buen samaritano dejemos que repique constantemente en nuestra mente y en nuestro corazón el imperativo de Jesús: “¡Haz tú lo mismo!”.