Por: Pedro Saa
Durante el último año uno de los temas más comunes de conversación en el país es el problema de inseguridad urbana. El cual ha diluido sus límites a todos los confines de las ciudades y a todos los sectores de la población. Estamos viviendo una situación que, guardadas las proporciones, se asemeja mucho a la cruenta guerra de los carteles del narcotráfico entre ellos y contra el estado en la década de los 80, en el sentido que ya no es seguro ningún lugar público o privado. Es más usted, que lee este artículo, podría estar corriendo peligro en este mismo momento.
Todos los días escuchamos y leemos historias de familias que son amordazadas en sus casas mientras ladrones, a bordo de camiones, se llevan hasta los huevos del desayuno. El robo de celulares es de miles al día, para alcanzar la astronómica suma de 3 millones de teléfonos robados en el 2010. También roban colegios, bancos, restaurantes, carros, motos, computadores billeteras, en fin, cualquier artículo que pueda representar algún valor económico en su condición de usado entra en factibilidad de ser robado.
Todo el mundo le ha echado el agua sucia al alcalde, y con mucha razón, pues las cifras de gasto público en seguridad por persona en Bogotá son de $44.000 en Medellín son de $37.000 y en Cali a duras penas llega a los $4.000. Es un tema de gobierno que todos esperamos sea solucionado a la mayor brevedad y con la mayor honradez, para el bien de todos.
En cambio, quiero referirme a lo que nos concierne, como ciudadanos, pues la ciudad la construimos entre todos, y de todos depende el estado en que se encuentra. Por tal motivo, antes de pensar en las fallas del gobierno, debemos pensar en las nuestras como ciudadanos, para poder empezar a ser parte de la solución y no sumar quejidos al mar de lagrimas.
Lo primero es entender que el hurto es tan común en nuestra sociedad básicamente porque tiene un gran centro comercial de reventa, el centro de Cali. Quiero hacer la claridad de que no todos los locales del centro venden artículos robados. Pero es en el centro donde se encuentran locales dedicados a este tipo de actividades y hasta ahí, nosotros los ciudadanos de bien estamos limpios. El problema llega cuando nos acercamos desprevenidamente a comprar algún objeto y, como siempre, queremos pagar menos y recibir más. Buscamos el de menor precio, que tiene un rayón o que se le mojó la caja o cualquier otra calamidad que hace que parezca usado, lo que reduce el valor al 30% o menos. Es ahí donde estamos pagando al criminal con planta bien habida y le estamos dando la mesada para que le ponga gasolina a la moto, también para que compre las balas y, por último, para que celebre con una botella de aguardiente. Tenemos que dejar de pensar en el momento inmediato pues el costo en pesos que nos estamos ahorrando por comprar artículos robados nos tiene acorralados en nuestras casas como último recurso, que nostalgia, me da ver fotos de Cali en los años 70 con los parques llenos de niños jugando, mientras los papás se comían un cholado. Hoy no hay gente en los parques, tampoco en los andenes, todo el mundo tiene miedo, y ese miedo nos vuelve agresivos, incluso con el desconocido que va al lado porque parece que pensáramos: “antes de que me la haga se la hago”. Tenemos que empezar a pensar en la ciudad como el lugar donde vivimos, es nuestra casa, la compartimos con muchos más y por eso debemos salir a luchar. Las condiciones son difíciles, pero robar no las hace mas fáciles. Comprar robado destruye cualquier opción de reconstrucción social, ya que dejamos de ser ciudadanos honestos y trabajadores, para convertimos en mecenas del hampa, produciendo una mezcolanza enrarecida; que fluctúa entre honestidad y criminalidad. Bien se sabe, que el que miente mucho es igual de mentiroso al que lo hace. Poco así que comprar cosas robadas multiplica exponencialmente la cantidad de ladrones en Cali, imposibilitando cualquier actividad policial.