Por: Benjamín Barney C.
Silenciosa como Ginebra, Lisboa o Mompox. Bella como París, Venecia o Cartagena. Alegre como Ámsterdam, Estambul o Granada. Significativa como Roma, Madrid o Popayán y estimulante como Londres, Nueva York, o Bogotá. Una buena ciudad es ahora indispensable para una buena vida, incluso para la vida misma, pues sin ellas no cabemos en el único planeta que tenemos.
Tenerla se volvió prioritario y por eso la gente se autoexilia buscándola cuando no puede mejorar la propia. Pero si partir es morir un poco, quedarse no pude ser vivir apenas. Sólo tenemos la vida que tenemos y la ciudad en la que vivimos, y por eso es importante conocer buenas ciudades; ser viajeros y no apenas turistas para que al regreso, que es lo mejor de los viajes, podamos mejorar nuestra ciudad y nuestra vida, o al menos vivir en el intento.
Una buena ciudad se acomoda bien a su clima y sus paisajes y sus edificios son sostenibles, ecoeficientes y poco contaminantes. Lo anterior es muy fácil en el trópico templado como es el caso de Cali. Igual que lo puede ser su transporte público y privado, que comienza con los peatones, apenas cierran la puerta de su vivienda. Por lo tanto una buena ciudad debe ser concentrada, con buenos andenes y muchos parques, pero sin edificios innecesariamente altos. Una buena ciudad debe contar con un sistema integrado de transporte colectivo, que involucre trenes de cercanías que la conecten con las ciudades y poblaciones vecinas, más un metro, buses, taxis y carros y bicicletas de alquiler que faciliten la movilización dentro ella. Facilidades que vayan haciendo innecesario el uso permanente del carro particular, que quedará para las noches y los fines de semana.
Lo verdaderamente novedoso en las formas de la arquitectura de una buena ciudad no lo debe ser a costa de lo tradicional, sino que se le debe sumar, enriqueciendo su patrimonio construido, dándole sentido a la memoria colectiva y fortaleciendo la identidad de los ciudadanos con su ciudad. Además, en todo lo construido se ha invertido dinero, trabajo, materiales, agua y energía, que hay que re aprovechar para beneficio de todos en lugar de volverlo escombros, desperdicios, basuras y contaminación para beneficio sólo de los especuladores urbanos. Una buena ciudad no es víctima de la obsolescencia programada de sus construcciones, que casi siempre se pueden actualizar técnicamente, ni mucho menos de sus monumentos, como increíblemente pasa en las nuestras.
Pero para tener una buena ciudad no basta con una educación escolar, técnica y profesional convencional. En una buena ciudad debe haber una buena educación humanística para todos, integral y permanente, sobre la geografía y la historia de la ciudad y su adecuado uso. Cuando alguien va a una buena ciudad rápidamente aprende de los otros cómo comportarse adecuadamente en el espacio público, y que debe respetar a los otros pues estos hacen lo propio con él. Pero además, en una buena ciudad existe una pronta y eficiente policía municipal a la cual acudir cuando sea necesario: Tribunales que resuelven pronto las quejas y que vigilan que se cumplan sus sentencias, oficinas de planeación que actualizan la ciudad, no para cambiar su imagen sino para hacerla más funcional, confortable y segura: Más bella.