Por: Benjamín Barney Caldas
Una buena Administración Municipal debe reducir en lo posible la delincuencia común, que es lo que actualmente más preocupa a los colombianos, especialmente a los caleños, y con toda la razón. Pero el asunto no se trata apenas de tener más y mejor policía sino también del comportamiento de la gente en las calles, a la que hay que enseñarle a “no dar papaya”, y del diseño de las mismas. Los andenes anchos, sin recovecos ni obstáculos, son más seguros pues son más fácilmente controlables por la policía y los mismos peatones. Sin embargo, la incidencia del narcotráfico en la inseguridad de la ciudad, su mayor causante directa o indirectamente, sólo finalizará cuando este flagelo se acabe y únicamente se acabará cuando se despenalice el consumo de drogas; cuando deje de ser un problema de delincuencia además de uno de salud.
Es que además de evitar epidemias de gripa o dengue, el consumo de drogas es un problema de salud pública, al que absurdamente se lo pretendió penalizar aún más. Y también está el del alcohol, y no apenas el del tabaco, que por su exageración ha llegado a extremos francamente ridículos, al punto de que terminaremos con una especie de “tráfico” de cigarrillos, mientras los accidentes de carros, y especialmente de motos, matan más gente, principalmente joven, que las enfermedades y la delincuencia juntas. En muchos de esos accidentes están involucrados conductores ebrios. Para evitarlos no basta penalizarlos si no que hay que educarlos, y a sus acompañantes que permiten que manejen borrachos. Por supuesto, lo que se debería medir no es tanto la cantidad de alcohol que han ingerido sino su capacidad para conducir.
Y, por supuesto, es muy importante el control ambiental. Comenzando por el aire que respiramos, que no es bueno cuando sopla de Yumbo hacia el Sur, como se sabe desde hace años, pero de lo que poco se ha informado a la población de Cali. El agua que bebemos en unos años se agotará si no se toman medidas al respecto. Igualmente está el cuidado de los parques y zonas verdes, el principal de ellos el longitudinal del Río Cali, concebido para los 450 años de la ciudad pero nunca materializado del todo. Y desde luego, las áreas aledañas a las reservas naturales cercanas, invadidas peligrosamente, pues dañan las cuencas altas de los nacimientos de agua y contaminan los ríos y por lo tanto los acueductos, como ya se sabe, además de acabar con la biodiversidad, ocasionar derrumbes y dañar el paisaje.
Finalmente, se debe prever la pronta atención de desastres ocasionados por inundaciones, terremotos, huracanes o incendios. Si se rompe el jarillón del Río Cauca tendríamos casi media ciudad inundada y más de media sin agua potable. ¿Dónde se alojarán los damnificados y qué agua tomarán? En la costosísima remodelación del estadio, y pese al inconveniente para los barrios aledaños de que se mantenga allí, ni siquiera se consideró que debería servir con tal propósito por estar cerca del Hospital Departamental, como lo estaba el Club San Fernando, que vergonzosamente se permitió que se convirtiera en un muladar, y que también hubiera podido ser utilizado con dicho fin. Y si seguimos como vamos es muy probable que el próximo invierno sea peor que el que no ha terminado, para no hablar de la sequía que vendrá luego.