Por: Carolina Aragón González
Caminaba al atardecer admirando la belleza del Rio Nilo, ese día mis lagrimas no lograron contenerse, estaba por fin al frente de las aguas que han visto crecer a Egipto. Contemple la inmensidad del desierto desde la joroba de un camello, sentí la fuerza inspiradora de las pirámides, percibí el olor a loto dentro de la tumba de Anubis, camine entre las entrañas de Kheops, sintiendo que estaba en una pintura de Esher, no encuentro otra forma de describir ese espacio conflictivo, trato de advinar la perspectiva que imaginaban los faraones.
Me refugie en un museo en el que la historia de los faraones pretende ser contada en cada una de las salas, pero el tiempo no alcanzará para entender ni la tercera parte de esa experiencia abrumadora. Cuando respiras dentro del cuarto de las momias y te paras frente al gran Ramsés, frente a las pertenencias de Tutankamón, te quedas sin palabras. Al ver las piedras preciosas, los papiros, las estatuas, todo ese mundo que aún está con vida, es inevitable sentir la grandeza, el misterio.
Sentí la historia bajo mis pies mientras caminaba sobre las tierras donde se escondió la Sagrada Familia. Me llene de Fé, más que en ninguna otra época de mi existencia. Admiré por primera vez las ruinas que dejaron los Romanos y las obras del periodo Bizantino que alguna vez había visto en mis clases de historia del Arte. Lo que siempre soñé tener frente a mis ojos, algo inigualable. Sentí que tocaba el quebrantado del tiempo.
Sentir el agua abrazadora del Mar Rojo, donde todo está en calma, donde se puede ver y vivir al ritmo de los delfines que saltan alrededor del bote y el corazón se arrebata de felicidad reconociendo la inocencia y grandeza de la naturaleza.
Vibrar a la velocidad de una cuatrimoto en medio del Sahara al punto de sentir tu cuerpo dormido, recorriendo a cuatro llantas un espacio en el que se vive como un sueño, presenciar el show de Bellydance y danza tradicional egipcia, acompañada de sabores orientales y humo de shisha.
Recorrer las Calles del Cairo, algo sucias, pero más seguras que las de nuestro país. Sentir un aroma diferente en cada esquina: café, pan, frutas, metro, gente y gatos. Gatos que observan desde los rincones y las esquinas, invadiendo mis ojos. Y yo, como siempre, pretendiendo tener algún contacto. Son los dueños de la ciudad no les puedes pedir tanto. El placer de sentarse en un andén donde encuentras la narguila como pandebono.
No todos los lugares están disponibles para las mujeres; por eso, muy respetuosamente, me senté en un hermoso café a disfrutar del tabaco con sabor a manzana o canela, con sabor a Oriente. Son suficientes tres soplos para recibir una sensación inigualable de relajación y aunque no quieras parar, en algún momento llega el hombre que la prepara para retirar el carbón quemado y preguntarte si quieres una más.
Compartir la vida de una familia maravillosa, celebrar allí el Año Nuevo, un cumpleaños y hasta la Navidad, que celebran el 6 de Enero, con costumbres tan semejantes a las nuestras y a la vez tan aisladas de lo que ahora somos en occidente. Ver el honor, verdadero honor, al punto de ser capaz de morir el uno por el otro. El respeto a sus mayores. La hermandad reflejada en sinceras miradas, donde me han acogieron como a un miembro más de la familia, respetando mis opiniones, que confrontaban muchas veces los costumbres con las que he crecido; pero aún así, sin dejar el carácter a un lado.
Saborear la deliciosa comida egipcia hecha en casa: cochari, moloheia, gulash, falafilo o falafel, ful, algunas veces picante, otras veces dulce, siempre abundante y natural.
Escuchar todos los días el rezo musulmán que anula cualquiera de los sonidos de la calle. Y aunque estoy en casa de familia cristiana ortodoxa, y claro que están totalmente habituados, he podido caminar por “los ojos del sol” el barrio donde estoy hospedándome, entre la cordialidad de musulmanes y cristianos, donde socialmente hablando hay una convivencia sana y respetuosa, no como nos lo pintan las noticias, esa es otra historia.
Ahora, ni más ni menos, sentir las voces que se convierten en gritos de un pueblo reclamando por fin sus derechos, un pueblo donde ya el conflicto no es de religiones, donde se empieza a reconocer un problema político y el sentido de pertenencia de la gente egipcia se despierta. Las plegarias musulmanas y cristianas se unen en un solo deseo, siendo más población por el lado de Mahoma que por el lado de Cristo; pero igualmente personas bajo un concepto social en un mismo tiempo.
He presenciado la zozobra de las mujeres orando y rogando para que todo pase, pues en medio del conflicto algunas noches los esposos y sus hijos han salido a las calles a defender sus casas con palos, cuchillos y cocteles molotov. Dentro de si mismos creen tomarse el poder, cumpliendo el deseo de todo pueblo sometido a un estado. Teniendo en sus manos la oportunidad de controlar los transeúntes, para descartar cualquier impulso de saqueo, y también los carros que se movilizan en el parámetro local a una hora no permitida, ya que han anunciado el toque de queda, todo esto apoyado por un tanque militar custodiando las esquinas.
Esta es una experiencia de vida donde tus problemas se reducen a la mas mínima expresión; pues estoy visualizando la historia, sintiéndola en mis huesos, sintiéndola en mi respiración, no se puede disponer del tiempo en este tiempo, pues reconozco la preocupación en los ojos de un hombre oriental que ha estado a mi lado, enseñándome y dejándose enseñar, tratando de entender a la mujer occidental desde una visión extraña como la puedo tener en mis conceptos de vida. He entendido los puntos de vista, algunos que no comparto pero respeto.
Solo me queda por decir que ahora más que nunca siento fuerzas para continuar, invadida de revolución, pretendiendo que en algún momento mi gente en Colombia pueda sentir su tierra con fuerza. No estoy pidiendo revolución en mi país, pero si pienso que podríamos abrir los ojos y reclamar de igual forma lo que nos pertenece, abandonar la mentalidad de sucumbir ante el conformismo y tener un compromiso mucho mas fuerte por la familia, por el trabajo, por el amor, por la Fé, por el deseo de hacer cambios en nuestras mentes y reconocernos a nosotros mismos, reconocer nuestras capacidades y la necesidad de hacer cosas verdaderamente grandes con nuestras vidas.
Con todo el amor, el afecto y mi pequeña mente que ahora intenta crecer…
Desde Egipto – El Cairo
Febrero 5 del 2011
En memoria de mis abuelos, a quienes he recordado gracias a las costumbres y tradiciones que
aún permanecen vivas aquí en el Medio Oriente.
A Dios Gracias.