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Artes marciales para combatir la violencia

Hugo Andrés Arévalo González, 20 June, 2015

Por Hugo Andrés Arévalo

Hay que dejar de describir siempre los efectos de poder en términos negativos: 'excluye', 'reprime', 'rechaza', 'censura', 'abstrae', 'disimula', 'oculta'. De hecho, el poder produce; produce realidad; produce ámbitos de objetos y rituales de verdad.

Michel Foucault(La sanción normalizadora, Vigilar y Castigar)

Si el deporte ha participado en el desarrollo histórico de la humanidad a través de diversas culturas y concepciones, la violencia también se ha encarnado —o legalizado—a través de él directa o sutilmente. Y aunque sea cultural, no es gratis que en el idioma alemán haya una palabra en común para designar “poder” y “violencia”: gewalt.

En la antigua Roma había diversas concepciones sobre la lucha de gladiadores como deporte, quienes peleaban a muerte por la fama; o quienes lo hacían para liberarse: esclavos y prisioneros. Por su parte, los griegos tenían otra forma de ejercitarse y una de las más representativas era el atletismo. Los mayas tenían un juego muy similar al baloncesto que consistía en atravesar un aro con una pelota. Sin embargo este deporte, como el de los gladiadores, incluía el sacrificio de personas, que a diferencia del Coliseo Romano; en Chichen Itzá se hacía ocasionalmente, aunque eso no lo justifique.

Resulta llamativo ver cómo esta práctica se ha prestado para opresión y/o resistencia. Ejemplos de los primeros ya fueron mencionados; y [WU1] en cuanto a los segundos hay tres que, si bien no son deportes nacionales, se practican en Colombia y han servido para diversos propósitos.

Quibdó es la capital de Chocó, queda al noreste de Colombia y es uno de los departamentos más abandonados por el Estado y el gobierno colombiano en toda su historia. En esta zona donde la mayor parte de la población es negra, falta agua potable, hay corrupción en el sistema de salud, pobreza, minería ilegal y violencia armada. Aquí se afronta la adversidad y la violencia [WU2] —irónicamente—a partir de un arte marcial. Su profesora se llama Martha Carolina Rivas Murillo, tiene 30 años y ejerce la docencia y el estudio de dos realidades que parecieran no complementarse: cursa tercer semestre de Derecho en la Universidad Tecnológica de Chocó y hace 11 años practica taekwondo, que enseña desde el 2007, de lunes a viernes a partir de las cuatro de la tarde en la Liga de Taekwondo del Chocó. Martha ve en la práctica de este deporte de lucha una “alternativa de ocupar el tiempo libre en algo provechoso; y desde que haya una dirección correcta, va a reducir los niveles de violencia”.

Mientras tanto, al sur del Chocó, en la ciudad de Santiago de Cali en el departamento del Valle del Cauca, Jorge Alberto Arango, un comunicador audiovisual de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali y coordinador de comunicaciones de la Fundación Mi Cuerpo es Mi Historia, se expresa también corporalmente con los golpes y movimientos propios de las artes marciales mixtas en las que mezcla el kung fu, muay thai, hu shu, y algo de taekwondo y boxeo. Este hombre barbado de 30 años y 1,85 metros de estatura, encontró el feeling en las artes marciales cuando comenzó a practicar  hapkido en el 2011, más por acondicionamiento físico que por competencia: “las artes marciales exigen buen estado físico y un rigor corporal intenso. Refuerzas temas de autocontrol y equilibrio corporal, coordinación de movimientos, calistenia, compañerismo”. Actualmente Jorge entrena en las noches de siete  a nueve en una cancha pública en La Hacienda, en el sur de la ciudad  y comparte espacio de entreno algunas veces con jugadores de voleibol. Si bien las artes marciales son “una forma de defensa personal, también son un deporte con una mística y una competitividad deportiva sana”, y agrega: “de hecho conozco varios casos en los que el hapkido le arrebató varios jóvenes y niños a las pandillas de las comunas de Cali".

Entre Cali y Palmira, dos municipios del Valle del Cauca, también entrena Sebastián Pérez Hernández,  un estudiante pereirano de 23 años que cursa sexto semestre de Derecho en la Universidad Cooperativa de Cali. Practica artes marciales tres veces por semana dependiendo de su carga académica, se centra en las disciplinas del shaolin kung fu y es marcialista de hapkido desde que tenía 8 años. Al igual que Jorge Arango coincide en que se motivó a aprender artes marciales porque provee “autocontrol, perseverancia, disciplina, respeto por sí mismo y al otro ser y otorga un espíritu indomable (…) Quien vea las artes marciales como un medio de ataque y no de defensa o disciplina-deporte está totalmente apartado de lo que es brindarse aprecio a sí mismo o hacia otros, y alguien así en un país ‘violento’ o intolerante como este, siempre termina siendo lastimosamente, un cáncer para la sociedad”.

Los términos de “poder” y “violencia” abordados al inicio de este texto permiten también comparar los casos de quienes estudian derecho y artes marciales. Ya Freud decía en el Por qué la guerra en 1933 que justamente:

Derecho y violencia son hoy opuestos [contrarios] para nosotros. Es fácil mostrar que el primero se desarrolló como una forma ‘más civilizada’ desde la segunda”, y que “La violencia [del más fuerte] es reducida, quebrantada y finalmente vencida por la unión de varios aisladamente más débiles, y ahora el poder de estos unidos constituirá el derecho en oposición a la violencia del único. Vemos pues, que el derecho no es sino el poder de una comunidad. Pero no se olvide que todavía sigue siendo una violencia dispuesta a ejercerse y preparada para dirigirse contra cualquier individuo que se le oponga.

En un mundo en que estas prácticas y otras son legitimadas pero que reconocen la naturaleza violenta del ser humano, se ofrece esta reflexión necesaria para complementar las acciones que también reducen o contienen escenarios y sujetos portados y portadores de conflicto, agresividad y violencia, pero también que facilitan la construcción de resiliencias y el empuje por la vida

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