Jean Nicolás Mejía H
Profesional Ciencias políticas – Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. 28 años, Máster en cooperación internacional y organizaciones internacionales de la Universitat de Barcelona

Colombia está atravesando una etapa de convulsión social y política tan fuerte y profunda, que ha empezado a ser objeto de gran interés y preocupación internacional. El país que hace unos pocos años (24 de noviembre del 2016) fue protagonista por la firma de los Acuerdos de Paz con las FARC, previamente el pueblo había dicho NO, el 2 de Octubre del 2016 a los citados acuerdos, pero finalmente el gobierno (Santos ) lo firmó y recibió gran interés -político y económico- de muchos sectores internacionales, allí nace otra gran división colombiana ; ahora preocupa por los recientes sucesos sociales, las protestas en el territorio y en todo el mundo, y los excesos de la fuerza pública.
Sin embargo, estos hechos sólo son un síntoma de un proceso de cambio social que viene gestándose hace años en Colombia. La firma de los Acuerdos de Paz firmada por el Gobierno le abrió a Colombia las puertas del escenario internacional, pues se recibía con optimismo la idea del fin de un conflicto de manera pacífica, una de las máximas expresiones de éxito del sistema de integración y cooperación internacional.
Eventos como la inclusión del país en la OCDE, participaciones en la OTAN y gran respaldo por potencias internacionales -Emiratos Árabes se acercó de manera económica y la UE de manera política- se hicieron realidad y Colombia jugó en ligas mayores. Esto terminó de consolidar al país como un lugar ideal de interés internacional en diferentes materias.
Aunque el Acuerdo de Paz con un solo grupo guerrillero no resuelve todos los problemas estructurales del país, las idea de implementar por lo menos alguna de las propuestas – que era el primer paso hacia procesos que generan cambios sociales y políticos necesarios en Colombia-, quedaron enterradas por un gobierno que no se interesó en ello, contribuyendo además a enervar los nervios y ánimos de una sociedad con polémicas políticas y económicas, y que además de tener que ver el aumento exponencial de la violencia, asesinatos y masacres, ha tenido la mala fortuna de enfrentar una pandemia que ha puesto a prueba al país en materia económica, comercial y social.
Esa sociedad colombiana contemporánea, que poco a poco se ha vuelto más incluyente en la política en los últimos años y se ha interesado y manifestado, creando nuevas alternativas políticas y nuevos espacios de participación. Esa misma, que luego de empezar a mostrar inconformismo desde mediados del 2019, inconformismo que empezó a materializarse en marchas y protestas hacia finales de ese año generando violencia-como el asesinato de miembros de la fuerza pública a civiles- ;se vió limitada y liquidada por la pandemia, pero que ha vuelto ahora con mucha más fuerza e ímpetu con el tema de la reforma tributaria.
En un país que tradicionalmente ha tratado de articular movilizaciones sin generar mayores impactos estructurales en materia política o social, los recientes eventos derivados de las protestas en contra de esa reforma -y en general de la enorme tensión a la que está sometida permanentemente la sociedad colombiana en los últimos años- han generado un escalamiento de la violencia de manera indiscriminada y desproporcional.
Colombia se la juega por partida doble; por un lado este escalamiento de las protestas si bien ha logrado frenar de manera sorprendente y sorpresiva una reforma de esa magnitud – y de paso logrando la renuncia de un alto funcionario como el Ministro- también ha servido para que la violencia se intensifique, provocando convulsión social y tensión permanente entre los actores, tensión que puede derivar en cambios estructurales a mediano y largo plazo, y por otro lado pone en riesgo la figura que ha venido construyendo en los últimos años en el escenario internacional, proyectándose como foco de interés turístico, económico y comercial.

La confianza otorgada por los actores influyentes a nivel regional e internacional para que Colombia empezara a asumir nuevos retos de cara a las dinámicas internacionales ahora parece desvanecerse, inclusive por su mayor y más importante aliado, Estados Unidos. La apuesta de Colombia también fue grande, pues no solo anunció al mundo que había logrado poner fin al conflicto armado más antiguo y largo de la región, sino que además tomó las banderas del liderato en promoción de la paz a nivel internacional y empezó a buscar alianzas regionales y consolidarlas, para proyectarse como un país influyente.
Más allá de la pérdida del interés internacional y de las oportunidades que se esfuman con la proyección que Colombia le da al mundo, la clave del asunto es que ese proceso de cambio social que viene gestándose en Colombia parece evolucionar poco a poco, logrando fomentar la aparición de nuevos actores en la política colombiana, procesos sociales y políticos acordes a la realidad y la coyuntura actual del país, y de lograr conquistar ese objetivo parece no perderse nunca de vista: usar las herramientas políticas para verdaderamente impulsar un cambio en Colombia hacia delante.
Pero el primer y más importante paso que necesita dar Colombia – y que todavía no ha dado-, es dejar de normalizar la muerte como un evento cotidiano. Los asesinatos, masacres y diferentes tipos de violencia seguirán pasando hasta que la vida tanto de un civil, de un miembro de la fuerza pública o de un político, de un ser humano, tengan valor.