
Rosa María Agudelo Ayerbe
Comunicadora social de Univalle ( 1992 ); especialista en administración de empresas Icesi 1998 y especialista en finanzas Icesi 2002. Directora del Diario Occidente
Libia Arango de Sinisterra es un nombre que está en mi memoria hace 45 años y que nunca he olvidado. Su jardín infantil hace parte de mis más lejanas y gratas experiencias. Lo recuerdo subiendo por la avenida Guadalupe, en esas calendas, vía hermosa, por sus casas aisladas de gran sabor paisajístico y ambiental ; llegaba a un lugar gigante, para una niña de 5 y 6 años, su entrada me parecía una loma inmensamente pronunciada…..
Llegaba feliz, esperando cada día nuevas aventuras, que emoción, un diseño curricular bien planificado y abierto, pero era el impronta de su directora. Recuerdo que cada día era especial: el de pintura, el de música, el de títeres, naturaleza y el más “extremo” el de piscina. Ella siempre nos recibía en la puerta con un abrazo y una sonrisa. Nos hacía sentir únicos, diferentes y excelentes, que felicidad, que huella.
Y nos sentíamos capaces de emprender cualquier actividad, con resultados que ella siempre alababa, es decir, el esfuerzo lo calificaba siempre con admiración…gran parte de mi seguridad, carácter y personalidad, estuvo en esa formación. Y saber que la educación colombiana aun no llega a ese modelo finlandés, noruego, hoy tan de boga en el mundo, y donde nosotros en esas estructuras de los ministerios y fecodes, no nos acercamos al legado de doña Libia.

A través de ella, sintiendo su partida, sea esta una oportunidad para rendirles un homenaje a todos los maestros que en nuestra infancia nos abren las puertas al mundo del conocimiento, de la exploración y desarrollo de nuestras habilidades, que aportan una educación de más avanzada, cuando el niño, todo lo quiere saber y tener.
Llegué al jardín infantil cuando cumplí 5 años. Tuve el privilegio de ser de aquellas generaciones que pasó su infancia en la casa al cuidado de mi mamá, sin la presión de la “estimulación temprana”. Ese primer año de vida escolar fue una agradable transición que logró que toda mi vida viera con placer madrugar al colegio, a la universidad o al trabajo. En sus salones aireados, muy al aire libre, descubrí actividades que me gustaban y que aún acompañan mis momentos de ocio. Todavía me acuerdo de mi grado del Kínder, con birrete y diploma. Creo que fue la primera vez que disfrute ser “primera” en algo, fue tan fácil y divertido que por el resto de mi vida nada de lo que he emprendido ha sido un sacrificio, solo un desafío.
Eran épocas de menos métodos, menos test, menos evaluaciones psicotécnicas y más amor, motivación y entrega…. Llevaré en mi mente, alma y corazón , al jardín infantil, que construyó huellas y huellas. Gracias doña Libia.