Tragedia de Armero miércoles 13 de noviembre de 1985.

Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
Del latín praevenīre, prevenir es preparar y disponer con anticipación lo necesario para un fin, es decir, un verbo que poco se usa en este país. Se comprobó de nuevo en Mocoa y Manizales, como si lo de Armero ya se hubiera olvidado. Allí lo que pasó era muy fácil de prever, de praevidēre, es decir ver con anticipación las señales o indicios de lo que iba de suceder. Como lo es ahora disponer de los medios contra futuras contingencias, o sea precaver, de praecavēre, es decir, prevenir un riesgo, daño o peligro, y evitarlo, de evitāre, o sea impedir que sucedan de nuevo tragedias anunciadas, de annuntiāre, dar noticia o aviso de algo; publicar, proclamar, hacer saber.

En este sentido, en Cali no se ha previsto un plan de emergencia por si el jarillón se rompe antes de que lo terminen de reforzar, ni para el caso de un temblor fuerte. Ni tampoco se han impedido las invasiones de las orillas de los ríos o en los cerros, en las que es fácil prever un desastre en caso de un temblor o que arrecie el invierno, y que mientras tanto contaminan y enlodan el agua que abastece los acueductos de la ciudad, los que no funcionan cuando llueve mucho ni cuando no llueve, ciclo que, es previsible, aumentará en el futuro con el cambio climático. Y nada está previsto en firme para la construcción de un nuevo acueducto
Con respecto a la movilidad, en Cali no se previno el rápido crecimiento de la ciudad no se previno la congestión de carros y motos actual, cada vez peor, para proceder a preparar y disponer con anticipación lo necesario para un verdadero transporte público multi-modal e integrado que, sin duda, es previsible, no puede ser únicamente con buses articulados, sino que se precisa de un Metro, como en todas partes, pero que aquí –hay que insistir- podría ser el único con su línea principal en la superficie, recta y a nivel, en medio de un parque lineal, y por el corredor férreo, es decir, por terrenos que son propiedad del Estado, y cuya construcción no molestaría a nadie.

Tampoco se tuvo la precaución de dejar los espacios necesarios para la ampliación de la salida al mar ni su empate con la Circunvalar y la Avenida Colombia. Ni para la conexión de todas las otras vías que llegan a la ciudad con el corredor férreo, en el que además del Metro cabe una autopista urbana, el cual sigue allí como si no existiera pues los únicos que le paran bolas son los que lo invaden, cuyo aumento es predecible. Ni se previó que la creciente extensión de la ciudad precisaría de nuevas vías y demás servicios públicos, ni que aquí los carros mientras no se legalicen las drogas seguirían siendo una imagen “mágica” del prestigio social.
Es increíble que no se haya visto que Cali sigue el curso fatal de Bogotá: un sobre poblamiento que daña la ciudad. Lo usual aquí es hablar de lo que está pasando mas no pensar en lo que podría pasar. Por eso se vota por los menos malos en lugar de votar en blanco por, si de pronto este gana, puedan tener oportunidad nuevos verdaderos políticos que no tengan que comprar su elección con demagogia ni vender su independencia a los contratistas del Estado. Al fin y al cabo es fácil comprobar que entre los menos malos y los malos no hay mucha diferencia: todos son peores y por supuesto la culpa es de sus electores; de su ignorancia, es decir que carecen de cultura mas que de conocimientos. Idiṓtēs, como llamaban los griegos a los que dejaban que otros manejaran la ciudad.