
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011

Es la época geológica que debido al significativo impacto global que las actividades humanas han tenido sobre los ecosistemas terrestres ha sido propuesta por parte de la comunidad científica para suceder (o remplazar totalmente) al denominado Holoceno, o sea los últimos doce mil años en los que el Homo sapiens
desarrolló la agricultura y la civilización, aprovechando la estabilización del clima en el planeta, el que ahora que está al borde de un cambio global y no apenas climático.
Se puede comprobar con el aumento de las temperaturas extremas y de los huracanes, inundaciones y sequias y su frecuencia, y la perdida de biodiversidad y de fuentes de agua dulce. Y se puede deducir que es debido al muy rápido aumento de la población en el mundo en el último siglo y con el la necesidad de satisfacer sus necesidades básicas junto con el consumismo, un rasgo propio de la especie, y que este es posibilitado por el desarrollo económico del capitalismo salvaje.
Pero hay unas cuantas cosas al alcance de muchos que es urgente enfrentar en este país. En primer lugar respaldar a Greta Thunberg y leer el libro de Manuel Rodríguez Becerra, “Nuestro planeta, nuestro futuro”, 2019, para enterase de cómo este Cambio Global está afectando al mundo y a Colombia en particular. Y luego asumir unos pocos pequeños cambios particulares en la vida cotidiana y en las viviendas actuales y por construir, y desde luego en las ciudades como un todo.
Hay que insistir en que hay que evitar el inaudito despilfarro de agua potable poniendo económicas válvulas de doble descarga en todos los inodoros que no las tengan, limpiar los carros con trapo y no lavarlos con manguera y mucho menos los andenes. Hacer composta con los desperdicios orgánicos, y cultivar huertos caseros en los jardines, terrazas, balcones y azoteas, y regarlos con el agua de las lluvias almacenada junto con peces y nenúfares, buchones, papiros y lechuguillas en pequeñas y bellas albercas.

Consumir preferentemente productos locales y no traídos de lejos. Caminar más y usar más bicicletas y menos vehículos a base de combustibles de origen fósil. Sólo usar bolsas, envases, vasos, vajillas y cubiertos de plástico si son reutilizables. Volver a usar servilletas de tela y no de papel. Comer menos carne y productos lácteos. Y, lo más importante, vestirse y vivir de acuerdo con el clima, y en los climas calientes y templados recordar las bellas y deliciosas hamacas.
Hay que procurar más climatización pasiva e iluminación natural en los edificios y utilizar el blanco para difundirla más, y aire acondicionado o calefacción e iluminación artificial solo cuando sea inevitable. Orientar bien las ventanas y diseñarlas y completarlas con cortinas y persianas, interiores o exteriores, de acuerdo con el paso del sol y de las brisas. Instalar paneles fotovoltaicos en las cubiertas y poner los calentadores de agua cerca a las duchas, y reciclar las aguas servidas en el edificio mismo.
Exigir que se arboricen correctamente todos los andenes (en Cali primero hay que hacerlos) y los parques y zonas verdes, que se utilicen en ellos suelos ecológicos como adoquines perforados o macadam. Que se privilegien los peatones, y bicicletas, buses y trenes públicos sobre los carros particulares. Que se fomenten las ciudades intermedias y que las grandes se dividan con ciudades dentro de la ciudad con una o más centralidades peatonales cada una. Y por supuesto que se protejan cerros y bosques.