Evangelio: san Lucas 16, 19-31: Parábola del pobre Lázaro y el rico…
El tema de la Palabra en la Liturgia de este Domingo 29 del tiempo ordinario es la justicia social como exigencia del Evangelio.
El hombre se ha interrogado a todo lo largo de la historia sobre las causas de por qué existen pobres que carecen hasta de lo más necesario, y ricos que abundan en bienes y comodidades. Economistas, filósofos, políticos han dado respuestas y, como consecuencia han surgido ideologías y sistemas de gobierno. El hombre de la Biblia también se ha interrogado sobre este punto, desde su fe en un Dios justo y providente. A pesar de todos los esfuerzos el problema existe, en proporciones dolorosas, y sigue siendo un interrogante para la fe del cristiano hoy.
El Evangelio nos recuerda la bien conocida parábola del pobre Lázaro y del rico. Debe ser interpretada desde un punto de vista personal («mi» actitud con el pobre), e igualmente desde un punto de vista social (países ricos y pobres, ricos y pobres al interior de países y ciudades, etc.).
Meditemos con el Papa francisco
«Cuando salía de su casa, y, tal vez, el auto con el que salía tenía los vidrios oscurecidos para no ver afuera… tal vez, no lo sé. Pero seguramente sí, su alma, los ojos de su alma, estaban oscurecidos para no ver. Sólo veía su vida, y no se daba cuenta de lo que le había sucedido a este hombre, que no era malo: estaba enfermo. Enfermo de mundanidad. Y la mundanidad trasforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad: viven en un mundo artificial, hecho por ellos… La mundanidad anestesia el alma. Y por esta razón, este hombre mundano, no era capaz de ver la realidad».. Y la realidad – dijo el Papa – es la de tantos pobres que viven junto a nosotros: – «Tantas personas que viven su vida de manera difícil, de modo difícil; pero si yo tengo un corazón mundano, jamás comprenderé esto. Con el corazón mundano no se puede entender la necesidad y la necesidad de los demás. Con el corazón mundano se puede ir a la iglesia, se puede rezar, se pueden hacer tantas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la oración al Padre, ¿qué ha rezado? ‘Pero, por favor, Padre, custodia a estos discípulos, para que no caigan en el mundo, para que no caigan en la mundanidad’. Es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del alma».
No somos huérfanos
En estas dos historias – afirmó el Papa – hay dos juicios: una maldición para el hombre que confía en el mundo y una bendición para quien confía en el Señor. El hombre rico aleja su corazón de Dios: «Su alma está desierta», una «tierra de salobridad donde nadie puede vivir», porque los mundanos, a decir verdad, están solos con su egoísmo. Tenía el corazón enfermo, tan apegado a este modo de vivir mundano que difícilmente se podía curar. El Papa dice: «mientras el pobre tenía un nombre, Lázaro, el rico no lo tiene: no tenía nombre, porque los mundanos pierden el nombre. Son sólo uno de la multitud pudiente, que no necesita nada. Los mundanos pierden el nombre»…
Lucha por la justicia en la Biblia
Los profetas buscan a Dios por el camino del hombre, profundizando en su sentido («Quien no ama al hombre, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve?»). Desde aquí contemplan como pecado toda injusticia social, que de algún modo es la negación del ser humano. De esta toma de conciencia surgirá la conversión y por ello la transformación de un mundo en que cada uno reciba su justicia.
En el Evangelio, ricos y pobres son tratados de modo especial por Lucas. Aparecen en el Evangelio de hoy en situaciones invertidas, como en el caso de las Bienaventuranzas. Le interesa proclamar la proximidad del Reino en un mundo diferenciado por las clases sociales y las actitudes que cada una de ellas sugiere: los pobres, más abiertos y esperanzados y los ricos, cerrados sobre sí mismo. La riqueza y la pobreza se miran en perspectiva escatológica, de acuerdo a las disposiciones interiores para aceptar el Reino: ¿cuál será la suerte final de cada una de ellas?
En el rico no hay preocupaciones en el corazón ni por el presente ni por el futuro. No hay la mirada compasiva y eficaz hacia aquellos que sufren la pobreza. Esa gente dolorida está allí a la puerta. Padece hambre y soledad sin que se inquieten los hermanos. Más compasivos parecen los mismos animales.
Lucha de Jesús por la justicia
Jesús no se asocia a los planes «revolucionarios» de su tiempo, ni a los grupos que los embanderaban (zelotes, sicarios), ni tiene un «programa de acción social». Su lucha es más profunda y radical. Jesús denuncia el «fariseísmo»: el legalismo y particularismo que son las dos tendencias que impiden al hombre estar disponible para las tareas de promoción humana. El «particularismo» (creerse privilegiados de Dios, a distancia de los pecadores) genera divisiones, en él no cabe la verdadera relación con los demás, a los cuales los considera diferentes, inferiores, no dignos.
Jesús predica el amor sin fronteras, que es fraternal (contra todo fariseísmo). Jesús nos compromete en una aventura por la libertad que no se podrá dar (descubrirla y vivirla) sino en el despojo del propio orgullo. Jesús nos trae una libertad que nos acerca a Dios por nuestra condición de hijos. – La aventura del amor fraterno lleva el peso del amor de hijos.
Relación con la Eucaristía
La Palabra nos hace descubrir los valores y enjuicia la riqueza y las situaciones humanas. La acción eucarística celebra la unidad y la solidaridad, posturas cristianas que tenemos que profundizar para superar nuestras seguridades y particularismos legalistas. La Eucaristía que celebramos es el Pan partido y compartido. De ella que nos hace vivir la entrega de la vida del Señor a todos nosotros debe nacer nuestra solidaridad que va más allá de la simple amistad o convivencia. Unidos al pobre Lázaro que habita nuestras calles caminemos hacia el Padre Dios. Amén.
Algunas preguntas para pensar durante la semana: 1. Piensa sobre las omisiones en tu vida, con respecto a los demás.2. ¿Incurro en lujos o gastos innecesarios? 3. ¿El Evangelio es «opio del pueblo»? Si nuestros ricos escuchan complacidos ¿no será que no se predica el verdadero Evangelio?