Por Patricio Almeida
Lo primero que notarán los forasteros será lo rápido que se mueve el cielo.
Un cielo rápido relentiza el asfalto. Yo no me muevo en círculos, por lo tanto me veo afectado por el cambio de velocidad. Tal vez por la parálisis el color no varía para mí en proporciones importantes y menos aún se puede decir que tiene un brillo especial o una opacidad medieval. Por el contrario, si miramos la frecuencia con que pasa de un estado a otro o se mueve dentro de una misma condición, estaremos ante un evento a lo menos curioso. Siempre parece que se viene una tormenta que acabará con basquetbolistas, rascacielos y ardillas. Las nubes, grises como la piel de la rata, se mueven en la misma dirección sin cambiar de forma, siempre bajas y parece que uno podría tocarlas si levantara la mano y saltara en puntillas, de hecho, y siempre y cuando uno no ande demasiado preocupado por el acontecer de su propia vida, podrá observar que algunos hombres pequeños dan ligeros brincos mal disimulados con sus torpes manitas abiertas y luego siguen caminando algo apenados. Pero aquí parecen tener la situación bajo control; los lugareños sólo miran hacia arriba si notan algún letrero gigantesco ofreciendo algo que andaban buscando en el periódico que venían leyendo.