
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
La ciudad está ubicada a 03º 27´ 0´´ 76º 31’ 50’’ N y a 1.000 metros sobre el nivel del mar, por lo que su clima es constante y benévolo a lo largo del año, con un cambio diario de varios grados, que pasa tres veces por la zona de confort, y además parte de la ciudad está a la sombra de la cordillera. Cuenta con abundantes lluvias. Su vegetación es variada, exuberante, perenne y precoz. Sus gentes son sencillas y sensuales, pero sus diferentes procedencias y el rapidísimo crecimiento de la ciudad las ha llevado a la falta de respeto por los demás. Recostada a la cordillera, entre los cerros de Las tres cruces y Cristo Rey, la ciudad tiene vistas a ellos y al valle, y en lugar de atardeceres convencionales disfruta de un bello cambio de colores a las últimas horas del día, cuando baja la brisa fresca. Contra sus cielos lechosos contrastan las techumbres de tradición colonial que aun quedan y verdes y grandes árboles, contra los cuales se destacan sus muros blancos de escasos vanos y profundas sombras. Lo mejor de Cali es sin duda su clima y paisaje natural…y la amable y bella imagen que tuvo pero que ya casi nadie recuerda. Fundada hace cinco siglos, la ciudad actual apenas tiene uno.
Pasó de treinta mil habitantes a principios del XX a cerca de tres millones y es muy extendida por su baja densidad. Solo resta el trazado de la pequeña villa colonial y un par de monumentos, pues para los Panamericanos de 1971 se demolieron muchas construcciones antiguas y varios edificios republicanos, y los nuevos edificios públicos se desparramaron por la ciudad. Al eficiente urbanismo de manzanas, patios, calles, plazas, iglesias y conventos, se agregaron antejardines, aislamientos, voladizos y retrocesos anglosajones, y las alturas se dispararon. El suelo se volvió un negocio especulativo que llevó a Cali hasta los municipios vecinos, pero sin un área metropolitana. Las viejas calles para peatones y caballos, se ampliaron para los carros quedando sin andenes suficientes. Y se optó por buses articulados y estaciones, en lugar de un Metro por el corredor férreo, desaprovechando la oportunidad de superar esa barrera urbana y creando una nueva a lo largo de la Calle 5ª. Hubiera sido recto, a nivel y en medio de una alameda de samanes, similar a las cinco que había, taladas para ampliar sus calzadas.
En Cali basta con evitar el Sol al medio día y por la tarde, y permitir que circule el aire, que refresca y seca. Y usar sus casi doce horas diarias de luz todo el año para la iluminación natural, economizando energía. Sus abundantes lluvias se pueden reciclar para no malgastar el agua potable, y con las basuras se puede hacer fácilmente composta para huertas caseras. Aunque la mayoría de la energía en Cali es hidroeléctrica, la totalidad de la usada para su transporte urbano es generada con combustibles no renovables que producen emisiones negativas para el medio ambiente. De otro lado, la destrucción de sus preexistencias ambientales, por el falso progreso y la ansiedad de ser “modernos”, fomentados por el negocio inmobiliario, ha sido constante. De ahí que un acercamiento responsable a la naturaleza y al patrimonio construido es básico al dar forma a nuestro entorno. Más que nunca la arquitectura debe influir en el mejor diseño de la ciudad, optimizando los recursos existentes y contribuyendo a construir su identidad a partir de su pasado, logrando una mejor calidad de vida.